OPINIóN
Actualizado 19/02/2022 09:10:57
Juan Ángel Torres Rechy

Cuando vamos cumpliendo años, el perfil del mundo se ofrece más nítido. Nos movemos menos en torno a nuestras circunstancias y las circunstancias se mueven más en torno nuestro.

Seguramente, a todos nos ha sucedido. En mayor o menor medida podemos comprenderlo, por haberlo vivido. Quizá incluso podamos imaginarlo a la perfección a pesar de no contar con esa experiencia. Nos pasa así sin más, de pronto, tomando una taza de café, caminando por la calle, estando sentados en la banca de un parque, acostándonos por la noche. Una idea aparece en nuestra cabeza y no se va de ahí hasta verla hecha realidad.

Según uno va avanzando en edad, la estructura del mundo va luciendo con más claridad. Vamos sabiendo qué funciona y qué no funciona, de qué modo sí funcionan las cosas y de qué modo no lo hacen. Aprendemos a reducir el horizonte de nuestras expectativas, para acoplarlo a los parámetros de una medida del espacio y el tiempo más reales. El adulto mira al joven sentirse como si dispusiera de toda la existencia para su futuro, mientras que el joven no puede ver cómo el adulto ha escapado de ese engaño.

El acto más natural a una edad, llamémosla así, tierna, se corresponde con el ánimo de hacer, ir, ver y conquistar. La cosa luce como si nos encontráramos en una batalla. Nuestro yo tiene unos músculos de acero y miramos de qué cuero salen más correas. Estemos en el área que estemos, como trabajadores, estudiantes, desempleados, etc., tiramos de lo que tengamos y se lo aventamos al rostro a los demás. Nosotros somos los picudos, pensamos.

Otro acto, aquí llamado menos natural, o más racionalizado, implica algo distinto. También hacemos, sí, y vamos y vemos, pero no pasamos a la escena de la conquista. Esta actitud de imposición la sustituimos por una de comprensión. Y aparejada a la comprensión, tendemos por delante la contemplación. El objeto equis o ye se aprecia, se respeta, y de un modo creativo o constructivo se interviene, para multiplicarlo.

En los últimos días he recordado una frase. Una amistad se sorprendía de que yo leyera los trabajos de mis estudiantes. No lo podía creer. Nos encontrábamos en un café donde yo solía emplear algunas horas para el trabajo de mi semestre, al lado una máquina de café italiana hecha a mano. Ponía mi laptop en la mesa, acercaba mi taza de café, y así entre comentarios con el dueño del establecimiento, mientras otras amistades llegaban y se iban, yo intentaba avanzar en mis quehaceres académicos. Pero si ningún profesor lee los trabajos de sus estudiantes, me dijo mi amistad, solo los miran por encima y les ponen una calificación.

Lo anterior nos permitiremos relacionarlo con algo similar propio de otros contextos, otras circunstancias. La gente que escribe, o que produce algún tipo de objeto artístico o de otro tipo, suele enviarnos en mensajes directos sus escritos. En algunas ocasiones, periódicamente tenemos a esas personas mandándonos sus publicaciones. Taca taca taca. Mas, luego qué nos sucede. Como nosotros somos buenas personas, leemos sus envíos y ya de un modo escueto o de uno más prolijo se los comentamos. Hasta aquí, todo va bien. Si no contamos con lo que pasa a continuación. La otra persona no te contestará nada a esa deferencia de haberle ofrecido una retroalimentación. En cambio, a la vuelta del día lo tendremos ahí de nuevo en nuestro chat, mandando otros enlaces a otras publicaciones suyas. Por último, desde luego, si nosotros le compartimos algo nuestro, olvidémonos de recibir una respuesta, pues la zanjará con un silencio electrónico sostenido en el vacío de su corazón.

Hoy por la tarde le daba vueltas a lo anterior. Solo encontrándonos a gusto con nosotros mismos podemos levantar la vista y ver con claridad el mundo de afuera. La tierra se ofrece como una promesa virgen cuando se retira el velo de nuestra sombra posada sobre él. Una explanada luce más abierta a las motas de polvo en los rayos de sol. Los objetos pendientes del arco de una casa, como pueden ser corazones en el mes del amor y la amistad, se mueven al contacto del viento y con su figura suspendida en el aire nos ofrecen un mensaje humano. La lejanía, o la cercanía, se muestran como un espacio donde se puede atisbar el drama completo del siglo. Nosotros miraremos eso, sin desear conquistarlo.

Leer los trabajos de nuestros estudiantes universitarios nos abre las puertas a sus pensamientos científicos cifrados en una hoja de papel. No podríamos dar clases si no conociéramos a nuestros estudiantes. Si estableceremos comunicación con un grupo de personas, necesitaremos saber de dónde vienen, dónde están, adónde van. Todo se encuentra en movimiento. Aun sentados en nuestros asientos del salón, rápidamente vamos de un lugar a otro y regresamos al punto de partida y volvemos a ir más allá en la dimensión del pensamiento. Como los planetas del sistema solar, nosotros también giramos en torno al sol del misterio intelectual y emocional, en una inmensidad sin un fondo fijo ni una altura concebible.

No leer los ensayos de nuestros alumnos sería como llegar a la hora de la clase y no tener ningún sustento firme para entablar una conversación con los jóvenes, sería como no saber qué decir, o cómo reflejar los contenidos de la asignatura, terminando por ponernos a contar anécdotas de nuestra vida de frente a unos jóvenes con la mirada perdida en el vacío. Asimismo, ponernos a lanzarles nuestros escritos a las demás personas por medio de mensajes directos sin tomarnos la molestia de leer lo que nos envían a nosotros se antoja evidentemente como un comportamiento falto de decoro. A veces, podemos no responder a los demás por envidia. La envidia, todos lo sabemos, suele venir de nacimiento, nacida de la célula donde se formaron nuestros ojos y nuestros brazos y manos en gesto de combate. En ocasiones, estar en el mundo vale decir estar en la selva. Se te enciman montones de orangutanes, aves de rapiña, insectos. Apenas estamos mirando a la izquierda cuando ya desde la derecha te cayó encima una cosa sin nombre. Cuando crees encontrarte liberado de las fieras, te sale una víbora debajo de las piedras.

Nosotros, sin embargo, no podemos alejarnos del mundo. Como dice Cristina Pacheco, aquí nos tocó vivir. Debemos encararlo, ser valientes, aguantar, creemos. Esto, por supuesto, si deseamos ir a otras partes y ver lo que hay ahí. De otro lado, en este momento, en la mitad del camino de nuestra vida, comenzamos a restarle importancia a ciertas e inciertas cosas. Nos entretenemos con videos de humor blanco, como los creados con base en Thomas Gravesen. Nos reímos de la penuria de algunos equipos de fútbol, en lugar de sufrir. Leemos filosofía alemana y escuchamos las noticias de la radio. Encontramos un grano de sal para el menú del teatro del mundo.

Nuestros estudiantes, aunque nosotros para ellos seamos un demonio, ellos para nosotros nunca dejarán de ser personas valiosísimas y sagradas. Los cuidamos como a las niñas de nuestros ojos. Velamos por ellos en la oscuridad profunda de nuestra noche derramada en sus clases, actividades, tareas, exámenes. Les escribimos sus cartas de recomendación, sin pedirles que las redacten ellos para que solo les pongamos nuestra firma. Cuando encendemos nuestra computadora para trabajar, un mundo real se nos ofrece vibrante y resplandeciente al otro lado de la pantalla. Ellos nos saben aquí y nosotros los sabemos allí. No necesitamos decir nada más para reconocernos como personas en una misma sintonía. Las conquistas de otro tiempo le ceden el paso a una convivencia sana y austera.

Al inicio de nuestra columna hablábamos de las ideas que aparecen en nuestras cabezas y no se van de ahí hasta verlas hechas realidad. ¿Lo recuerdan? Así comenzábamos nuestra obra de hoy. Cuando vamos cumpliendo años, el perfil del mundo se ofrece más nítido. Nos movemos menos en torno a nuestras circunstancias y las circunstancias se mueven más en torno nuestro. La idea que yo he tenido ha surgido en este marco vital. Distintas partes del sistema de mi ser y estar aquí han encontrado su lugar. La imagen global de los elementos de la existencia se ha ofrecido con un sentido más coherente y consecuente con mi voluntad y mi actuar. Eso, bajo la fórmula de una frase, ha sido la idea en mi cabeza. Se ha tratado del título de nuestro artículo. Poética sobre la vida como representación de la felicidad.


19 de febrero de 2022
torres_rechy@hotmail.com

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