No es febrero uno de los meses que mayor prestigio alcanza dentro del calendario anual. El caer en invierno y el ser el benjamín de los meses en cuanto a su duración –pues solo alcanza el privilegio de los veintinueve días, en los años bisiestos– son factores, entre otros, que actúan en su contra.
Parece que, tras la que llamamos cuesta de enero, febrero se queda como mero mes de transición, que se ha de sobrepasar, para ir alcanzando esa esperada primavera que, como indicara Julio Caro Baroja, es la estación del amor; mas también de la luz, así como del resurgimiento de la naturaleza y de otros fenómenos esperados.
Como vivimos en un tiempo lineal, de espaldas a la naturaleza y a ese tiempo cíclico que la marca, dejamos de percibir no pocos fenómenos de un gran interés y que, si atendiéramos a ellos, nos equilibrarían y nos harían disfrutar de fenómenos que están ahí, a nuestro alcance, pero que nos pasan desapercibidos.
Así como enero es el mes de las fiestas de los mártires, tras la epifanía o fiesta de los Reyes Magos; febrero cuenta asimismo con no pocas fiestas, que nuestro mundo campesino –cuando estaba poblado– celebraba con deleite. Y aún hoy, afortunadamente, lo sigue haciendo a su modo.
Fiestas como las Candelas o la Candelaria, San Blas y Santa Águeda constituyen un importante patrimonio etnográfico de nuestras culturas campesinas. Casi siempre caen también en febrero los Carnavales, con toda la tradicional variedad de celebraciones por las que están marcados; aunque, si el calendario de las fiestas móviles viene con retraso, se posponen a fechas marciales.
En fin, pese a que vivamos de espaldas casi siempre al tiempo cíclico y a los ritmos de la naturaleza, al haber abrazado unos tipos de vida marcados por la aceleración, la rutina y la producción sin descanso y el beneficio como dioses materialistas, conviene también tener en cuenta otros valores, esa cultura “de balde” (según expresión campesina), que está ahí, que nos apacigua y equilibra, y que nada nos cuesta.
Un hermoso fenómeno que se produce tras el solsticio de invierno y que en febrero tiene una significativa expresión es el del crecimiento de la luz solar. Cómo, día a día, imperceptiblemente, la luz le va ganando minutos a la noche, hasta llegar un momento –que el mundo campesino situaba en la antigua fiesta de San Matías, celebrada en el antiguo calendario el 24 de febrero; aunque trasladada en el nuevo a mayo– en el que las horas de luz igualan a las horas de noche.
Y, como el mundo tradicional campesino, vertía todas sus observaciones en refranes, no falta el refrán sobre la fiesta de San Matías y su relación con el avance de la luz, que le ha ganado no pocos minutos a la noche invernal. Dice así:
Por San Matías,
igualan las noches con los días,
entra el sol por las umbrías
y canta la cotovía.
Febrerillo el loco, que cuenta solamente con días veintiocho… Conviene salir, de vez en cuando, del tráfago en que estamos de la vida social (y más tras unas elecciones autonómicas tan extrañas) y acudir a las fuentes a beber e impregnarnos de esa sabiduría ancestral de nuestras gentes, plasmada en tantas expresiones conseguidas, como –en este caso– los refranes y las fiestas.