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OPINIóN
Actualizado 14/02/2022 09:52:34
Maeva Peraza

La segunda planta de la Casa de las Conchas acoge una muestra fotográfica de alto valor sociológico que pretende rescatar y a la par reivindicar determinados oficios y labores que han ido desapareciendo con el paso del tiempo, en parte por la modernización y automatización de los modelos de producción, cada vez más ajenos a la manufactura y la artesanía. En este sentido el conjunto de instantáneas presenta un halo de nostalgia, que se evidencia incluso en la manera de retratar; pero también un tono crítico al mostrar figuras olvidadas que fueron relegadas a un segundo plano con la inevitable industrialización y capitalización del trabajo.

Ángel Centeno es un fotógrafo de Ciudad Rodrigo que, desde su formación empírica, ha encontrado en el mundo de la imagen un medio de comunicación por excelencia, una manera de entender el mundo y expresar sus inquietudes. Si bien su obra carece de gran impacto visual, es en su intencionalidad discursiva y en el diálogo dinámico que establece con el espectador, donde deben buscarse los valores de esta documentación encaminada al rescate, al respeto a las tradiciones y las formas de vida de la clase de mayor predominancia; la trabajadora.

Pastores, labriegos, herreros, carteros, orfebres, sastres, pequeños comerciantes, alfareros, mujeres que realizan la labor o lavan ropa en las llamadas pozas son protagonistas de sus instantáneas, algunos absortos en su faena e inconscientes de la presencia del fotógrafo; otros, en cambio, se detienen afablemente y posan con naturalidad para luego continuar con la tarea cotidiana. La aparente simpleza de estas gentes es una de sus cualidades, un atisbo de su grandeza que viene a corroborar la máxima que integra la exposición: “Todo lo que consume el tiempo de una vida, aunque sea mentira, aunque sea evasión, fantasía o ensueño, es auténtico, porque la única realidad es el tiempo”[1].

Por otra parte, la muestra plantea el tiempo desde el pasado, con un sentido cíclico por la repetición de acciones que se repiten continuamente, debido a las tareas que realizan las personas. Pero, aunque Centeno sitúa sus instantáneas en una temporalidad anterior, su discurso presenta una actualidad incuestionable. La vida e idiosincrasia de los pueblos y sus oficios se han ido diluyendo en esa España vaciada que evoca el fotógrafo. Una sensación de tristeza recorre su obra, el empuje de un desarrollo vertiginoso y muchas veces incomprensible intenta sepultar lo que esté creador se ha empeñado en recordarnos; una tradición que nos antecede y de la cual formamos parte.


[1] Gonzalo Torrente Ballester

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