OPINIóN
Actualizado 11/02/2022 14:53:16
Ángel González Quesada

“Pueblo libre de México:
como otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja
de generosa sangre desbordada”.

PEDRO GARFIAS, poeta salmantino exiliado en México (1939).

Hace días, el presidente electo de México volvió a efectuar acusaciones directas contra algunas grandes empresas españolas (Repsol e Iberdrola, entre otras), que operan en el país azteca con comportamientos que, tanto en el plano laboral como medioambiental o de competencia de mercado, dejan, desde hace décadas, mucho que desear (“son como los dueños de México”, dice López Obrador). Como era de esperar, la caverna periodístico política en que se ha convertido la información en España, es decir, el neofascismo creciente de creación de opinión de este país, ha reaccionado como acostumbra y de otro modo no sabe, extendiendo sus más preclaras maniobras de intoxicación y tergiversación, insulto, descalificación personal y mera invención, para intentar desprestigiar, acallar o abaratar al mandatario mexicano con ataques personales o juicios de valor sobre sus políticas públicas, reeditando y poniendo de nuevo en el escaparate de nuestra vergüenza el nunca superado rasgo de imperialismo altanero con que aquí se sigue tratando a los países latinoamericanos.

España es un país con un grave problema de arrogancia e ignorancia. La manipulación, tergiversación y reescritura interesada de la Historia, que es aquí todo un doctorado periodístico y de enseñanza, que ha conseguido, entre otras muchas cosas, borrar de la narración del tiempo y de la memoria de las aulas la más sangrienta dictadura del siglo XX, el franquismo, y que ha manufacturado los enjuagues en que se basó la llamada Transición (y la consecuente cortedad democrática posterior: “democracia defectuosa”, The Economist)), está consiguiendo implantar hoy entre los jóvenes la credulidad en la mentira imperialista de la llamada ‘conquista y colonización’ de América, endiosando personajes abominables, blanqueando hechos y acontecimientos de enorme indignidad y, otra vez, ofreciendo un constructo histórico trufado de mentira, tergiversación, manipulación y engaño.

Hace unos doscientos años, los países latinoamericanos conseguían, con enormes esfuerzos, sacrificios, sufrimientos y dificultades, librarse de los tutelajes coloniales con que España, trescientos años después de la sangrienta apropiación, seguía saqueando, robando y sojuzgando sus pueblos. Consiguieron los americanos independencias que nunca han contado sino con la altiva altanería de superioridad de una España incapaz de la elegancia histórica de otras naciones en situaciones similares. Las recientes palabras del presidente mexicano, acusando a las empresas españolas de ‘contubernio y promiscuidad’ económica con antiguos dirigentes del país, y de seguir considerando a México como “tierra de conquista” donde realizar cualquier dislate empresarial, medioambiental y económico, no son sino el repetido grito de muchos países americanos contra la permanente colonización española e interminable robo de sus recursos. Ni siquiera la petición de disculpas por los crímenes de la “conquista”, realizada hace años por la nación mexicana, ha sido contestada por una institucionalidad española anclada en un inmovilismo histórico más ridículo que enfermizo (“...que el reino de España exprese de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios causados, y que ambos países acuerden y redacten un relato compartido, público y socializado de su historia común...” –Carta del 1 de marzo de 2019, del presidente de la República de México al Rey de España-)

Tal vez en el fragor de esa ‘santa indignación’ periodística por las recientes palabras de López Obrador, desaparezca la verdadera esencia de las reclamaciones del dirigente de uno de los países más libres, imaginativos y democráticos de Latinoamérica. Vayan escritas aquí, pues, algunas de sus palabras, no vaya a ser que sigamos confundiendo el oropel de las banderas al viento y cara al sol con la verdad a ras de suelo: “no queremos que nos roben”, “nos saquean”, “el pueblo español es extraordinario y trabajador”, “no confundir gobiernos con nación”, “esto es cosa de los de arriba, de las cúpulas económicas y políticas, que son lo mismo, están mezcladas”, “a mí no me paga Repsol, me pagan los mexicanos para servirles, y por eso tengo que defender el interés público, no el interés de particulares”.

Durante la guerra civil española, muchos exiliados que huían de la barbarie sangrienta del franquismo, fueron acogidos por el estado mexicano, que les ofreció no solo cobijo y refugio, sino la posibilidad de seguir desarrollando sus vidas y facilitando la creación artística e intelectual de muchos españoles que hoy figuran destacadamente en los anales universales del arte y del pensamiento. El barato posibilismo de unos dirigentes españoles de hoy, cuya chabacanería intelectual es solo comparable a su incapacidad política, y la baratura profesional de gran parte de un periodismo al que ya no quedan referentes éticos que perder, no podrá nunca estar a la altura de las legítimas reclamaciones de un país en el que todavía tiene sentido saber la verdad.

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