OPINIóN
Actualizado 08/02/2022 09:50:54
Álvaro Maguiño

Cierto desdichado libro, aunque aclamado por muchos, decía “solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Si tuviera que definir bachillerato con una frase no utilizaría esta, sino una deformada a mi manera: “los temarios son invisibles al corazón y a los ojos, lo esencial es lo que estudias”.

Puede que sea muy repetitivo, pero cuando cursas segundo de bachillerato, las cosas interesantes dejan de pasar y solo caben unas fechas extraordinarias en junio. Lo ordinario de la cotidianidad estudiantil absorbe el poco calor que queda en las aulas y lo transforma en un áspero suspiro que empaña el cristal. Soy defensor de que debería apabullar el deseo de algo extraordinario, pero la rutina, lo esencial, puede cansar. La verdad es que nadie podría imaginarse que segundo de bachillerato perdiera su función didáctica y se convirtiera en una preparación in extremis para la EBAU. Nótese la ironía. Juega al despiste el reloj. “El siete es tres” como cantaría Ana Torroja. Porque, efectivamente, el tiempo se ha acabado cuando más se necesita. Y uno, mientras tanto, está pensando en qué es lo esencial, qué contenido es más importante, aquello que no puede faltar. Lo esencial, ¿no? Pero, ¿qué es lo esencial? Segunda acepción en la RAE: “adj. Sustancial, principal, notable”. Pues parece ser que lo esencial es algo abstracto. Esencial es el oxígeno para respirar, esencial es el aprendizaje. Por efecto dominó, esencial es aquello que debe aparecer en un examen. Y en cincuenta minutos cabe a regañadientes un pensamiento fugaz discriminatorio. ¿Esto es esencial o lo pongo luego si me sobra tiempo? El caso es que esas esporádicas digresiones de tres segundos no eran esenciales y lo que no aparece escrito sí lo era. Y lo era porque ha sido estudiado y dado en clase. Pero, en un instante, parece perder su importancia.

Es época de recortes. “Este dato sobra” “Yo creo que esto no es tan importante como esto otro” “Este autor no tiene casi nada, elimínalo”. De este modo, e iluminado en partes desiguales por el sol de invierno y el fluorescente LED del techo, lo esencial es la nada. O sea, lo que estudias, lo que queda tras liquidar sin reparo la supuesta paja. Una nonagésima parte de lo esencial que ha conseguido pasar por filtro y embudo es lo que terminamos estudiando. Porque ganas sí hay, lo que no hay es tiempo. Lo esencial, ¿no?

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