Están los medios académicos. Escriben ladrillos solo para ellos con lenguaje impersonal, con procedimientos obligados y rígidos, con notas a pie de página, con polvo de datos sin sentido. Lo convierten en un cartón apelmazado difícil de masticar. Lo inutilizan, le quitan todo su aliento.
Y luego los medios oficiales, con sus ceremonias ruidosas y sus retóricas vacías. La gente en los actos oficiales reza el rosario y no se entera de nada. Pueden decir cualquier cosa, todos los próceres son iguales, solo próceres. No late nada del gran autor en la calle, en el salón de actos, en el cementerio donde se hacen ofrendas florales. Es como levantarle una estatua, meterlo en el libro de texto. Todo el mundo pronunciará su nombre y nadie lo conocerá.
Pero también están las asociaciones de amigos. No comprenden al autor, no luchan por lo que él luchó, no captan el sentido de sus palabras. Lo convierten en un montón de datos sin sentido y de cotilleos minúsculos. Les importa la exactitud milimétrica de un dato, pero nada de su alma. No saben qué pensó ni les importa, ni qué sintió, ni qué le preocupó. Sueltan conferencias académicas sin alma discutiendo si entró en su casa a las seis de la tarde o a las seis y cinco. La lucha del autor no es la lucha de sus supuestos amigos, se les esfuma entre los dedos. Es como si alguien dice que es mi amigo y no me comprende en absoluto, me convierte en un montón de datos miserables.
Y por si fuera poco están las casas museo. Ofrecen visitas rutinarias en grupo con un guía que te suelta tópicos y migas de pan. En ciertos casos el guía ni siquiera hizo estudios humanísticos, tiene un diploma técnico. Un apasionado de verdad del gran autor siente la miseria del sitio. Ni siquiera puede mirar a solas sus objetos.
Antonio Costa Gómez, Escritor