La muerte de un poeta empobrece a la Humanidad, hace temblar cada palabra no dicha, abarata las pronunciadas, interroga a las escritas, disuelve las ocultas...; acosa esa muerte al desamor para que grite el vacío de su ausencia, silente y estruendosa como el pequeño universo que cabe en un poema, y convoca la tristeza que niega el párpado a toda la luz del mundo, y quita color a toda cosa bella, a los recodos, al tiempo de las esquinas... La muerte de Ángel Guinda, poeta, oscurece el futuro y anuncia solo vacío.
Vuela alto, ángel poeta, Ángel amigo, cómplice enamorado, caminador de otoños...; y que las manos del día acaricien tu aliento cuando llegues al imposible umbral del olvido. Vuela...; vuela, poeta.
ÁNGEL GUINDA, "Un hombre feliz", en Catedral de la noche (2015):
"Fue feliz compartiendo
los cantos y las risas,
la pobreza, el dolor.
Retozando en la escarcha,
comiendo y bien bebiendo.
Alegre a pleno sol,
solo en el descampado
o entre la muchedumbre.
Fue feliz de estar vivo
y afrontar las desgracias
ajenas como propias, sereno o agitado;
liviano haciendo el muerto
sobre la piel del mar.
Fue feliz desterrado
de la realidad.
Feliz bajo la noche
coronada de lámparas,
en batallas de amor
que hacen temblar las sábanas.
Fue feliz derribando
murallones de lágrimas,
hablando con los astros,
escuchando a la muerte.
No descarta
ser feliz bajo tierra
mientras sigue la vida.”