OPINIóN
Actualizado 17/01/2022 14:50:42
Francisco Delgado

Hace unos quince días, un servidor, ciudadano urbanita y poco carnívoro, no sabía nada sobre cómo vivían o se criaban los cerdos, las vacas, los pollos…en general todo bicho susceptible de terminar en nuestro plato de comida. Ni sabía, aunque lo intuía, las diferencias de sabor y calidad entre un filete de una vaca libre, corriendo por los prados y una vaca en su jaula inmovilizada, tomando antibióticos e inflada en su alimentación.

Después de la campaña desatada por la Oposición, por unas declaraciones sobre las macrogranjas en España, del Ministro de consumo, señor Garzón, a un periódico inglés, casi puedo escribir veinte artículos o dar diez conferencias de un tema que desconocía, quizás demasiado. Pero mi ingenuidad me pide hacer un resumen de lo que, como ciudadano medio, he oído en la polémica y dejar el ruido, las contradicciones continuas, la hojarasca, para no volverme a perder:

A raíz de dichas declaraciones, toda la Oposición se levantó en pie de guerra contra el Ministro, acusándole de varias cosas: una, que la carne que exportan las empresas españolas no es de peor calidad que otras; dos, que apenas existen en nuestro país macrogranjas (o directamente, no existen); tres, que dada su falta de responsabilidad por hablar mal de nuestros productos, siendo Ministro de consumo, debería dimitir ya.

Una vez levantada la caja de Pandora del “temita”, que según la óptica ecologista perjudica a todos, el ciudadano medio de nuevo está perdido entre verdades, mentiras y bulos que confunden sistemáticamente cualquier campaña pública aclaradora: según los ecologistas, los animales conferidos en las macrogranjas, están maltratados, en un estado de stress crónico que perjudica su sentir y el nivel de calidad de su carne; lo cual perjudica al consumidor humano que se alimenta de esa carne; y, además, los deshechos de las macrogranjas contaminan peligrosamente el medio ambiente circundante. Algunos gestores, ganaderos y políticos opinan en contra de los ecologistas, pero otros, (en general según al partido al que estén adheridos) están de acuerdo con muchos de los puntos ecologistas.

Anteayer vi, casualmente, la película de Sorrentino, “La juventud”, rodada en Suiza, en un balneario de lujo para gente famosa y/o rica. Todos los exteriores del balneario son los verdes prados y montañas donde plácidas vacas comen, mugen y se revuelcan con placer en la apetitosa hierba; hay una escena en el que uno de los protagonistas del balneario ( un famoso director de orquesta ya jubilado) se sienta en una piedra y comienza a dirigir la “orquesta” de mugidos de vacas, cantos de pájaros, sonidos del agua, como un todo armónico, en el que cada ser vivo está adecuadamente en su sitio: La armonía de la naturaleza y el hombre dirigiendo sabiamente el conjunto.

Ojalá. Claro que el lugar de las vacas son los prados y el de las aves los cielos y los árboles y las aguas libres por los riachuelos y ríos. Pero el hombre contemporáneo solo está pendiente de su propia supuesta libertad. Como si él pudiera ser libre, esclavizando o dañando a las demás especies. Si releemos el primer libro del Génesis, cuando Dios creó el mundo, creó al ser humano en último lugar, ( luego en el segundo libro del Génesis se narra de otra manera) después de los demás seres vivientes, plantas y animales. ¿Por qué el ser humano debe otorgarse el derecho de dominar al resto de seres vivos, en su propio supuesto beneficio?

Con este “asalto a los cielos” es normal que las chuletas que nos deberían alimentar se nos indigesten.

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