En el mundo del deporte se suele usar la expresión de entrenar como si compitieras y competir como si entrenaras. El esfuerzo de un entrenamiento se acumula en todo el cuerpo y duele con un ardor o un vacío en el estómago. El peso de los kilómetros o de la medida que sea según el deporte de que se trate se enfrenta en cada sesión como una oportunidad para aferrarse y no bajar el ritmo, o como una renuncia a esa actitud, a esa posibilidad de alcanzar un segundo aire, lo que generalmente conduce a la tristeza y el ánimo decaído. Como dice Lope de Vega a propósito del amor, quien lo probó lo sabe.
El deporte, como otras cosas de la vida, cambia según nos vamos haciendo mayores. Gradualmente, son otros rasgos los que destacan, son otras características las que valoramos, le encontramos una esencia, o un uso, distinto, tanto a nivel personal como social. Si en un principio el deporte solo puede ser un reflejo del deseo de encumbrarse en el podio, al final puede no tener nada que ver con esa búsqueda del récord, de la medalla; en cambio, solo puede descansar su espíritu en el natural ánimo de buscar la distracción del cuerpo y la mente, y de facilitar la socialización. Esto último, como lo dice Alfonso de Cartagena a propósito del papel de los estudios amenos insertos entre ocupaciones ansiosas, podría calificarse de ocio.
Cuando uno tiene poca edad, no alcanza a tener una visión de conjunto que sí se ofrece con facilidad años más tarde. En la infancia, en los años previos a la mayoría de edad, difícilmente se cuenta con una infraestructura psíquica que posibilite una apreciación del deporte desde ángulos alejados al centro de la consecución de resultados notables o sobresalientes. Las edades tiernas se encuentran inmersas en la vorágine de la competencia, en el desquicio de las rivalidades viciadas y las envidias, en la tentativa incluso de recurrir a sustancias ajenas al organismo para ganar velocidad, resistencia, o masa muscular. La dama bella del deporte debido a como son las cosas en el mundo en ocasiones termina marchita y seca en la esquina de una calle.
En ese deporte de la juventud, además, la familia ve venir abajo la cuenta de sus ahorros. Los padres entran en tandas y miran la forma de arrancarle un pellizco a la suma acumulada entre los compañeros del trabajo para reponerla la quincena siguiente. Las asociaciones deportivas gubernamentales difícilmente servirán para lo que deben servir. Sus actores, como suele suceder en otros espacios de la vida, representan el mismo drama de siempre donde el dinero en común se usa para intereses particulares, donde cada hogar paga puntualmente su cuota estatal o federal y para los eventos debe poner la tasa completa de todos los gastos de transporte, hospedaje, alimentación, ropa deportiva (pues no alcanzó el dinero para uniformes), etc. Dentro de este ambiente de luto, el competidor a duras penas podrá levantar la cabeza para ver que hay otras cosas más en el deporte, que como mencionamos arriba pueden estar vinculadas con el mero esparcimiento físico para buscar el desembarazo del cuerpo y la mente, y la acción de socializar.
En los últimos días he retomado el deporte. El final del semestre en mi trabajo docente me ha facilitado las condiciones de la disponibilidad de tiempo para invertirlo en esta otra forma de ocio. Cuidando todos los protocolos sanitarios derivados de lo que resulta innecesario recordar, últimamente he podido no solo volver a la práctica de un deporte que aprendí a amar hace años, sino también al descubrimiento de la belleza implícita en la contemplación de las demás personas haciendo esa actividad. Los cuerpos, como unos sistemas de músculos y de geometría, hacen alarde de unas proporciones bien distribuidas, los brazos se tensan en la concentración de un ímpetu, y se relajan con la gracia de una ola viniendo a menos. Las cabelleras asimismo se mueven, esparcen, desordenan, como escribió Garcilaso de la Vega en su soneto XXIII. La velocidad imprime un gesto en los rostros parecido al de un sueño imposible congelado en el presente.
Algunos deportistas en ese espacio al que acudo se toman las cosas más en serio. Se aplican con un énfasis inquebrantable a sus repeticiones y series. Otros más se aprecian un tanto inexpertos, novatos, y a veces intentan suplir la falta de experiencia son una actitud decididamente afectada. Otros más, sabiéndose pequeños en términos de esa inexperiencia, abiertamente practican su disciplina sin prisa y sin pausa, paso a paso. Otros tantos, no necesariamente los menos, se elevan como levantados por una nube benévola a otras dimensiones sublimes.
Cuando se habla de la escritura de una columna periodística, suele referirse la idea de la construcción de una prosa democrática, transparente, fácil. Esto lo leí en Antonio Muñoz Molina. El autor español se posiciona en contra de los artificios del lenguaje, de las referencias reservadas para una minoría. La escritura propuesta, entonces, aboga por la transparencia y la sencillez. Tal caso, no obstante, lejos de pertenecer al dominio de los escritores inexpertos, se corresponde con una técnica depurada y diáfana, conquistada pacientemente al cabo de cientos y cientos de páginas. Algo de esto tienen los deportistas para quienes el ejercicio luce como un juego. Su alma, desde el fondo de su alegría, se comunica con el entorno. El ambiente de la práctica física se dilata y caben en él decenas de ángeles y de barcos y de carreteras. La suma de la expresión de la vida, al modo de un cuento de Jorge Luis Borges, se hace visible en algo del tamaño de las pupilas. Entrenar o competir pasa a un segundo plano y surge desde dentro de las entrañas, o desde fuera, un algo inocente, puro y benéfico.
Xalapa, Veracruz, México, 15 de enero de 2022
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