OPINIóN
Actualizado 15/01/2022 09:32:56
Francisco Aguadero

Cuando estamos a dos años de que el coronavirus comenzara a propagarse por el mundo, y con lo vivido, cabe preguntarse si ¿el SARS-CoV-2 desaparecerá o acabará siendo como un resfriado, gripe o catarro común? No lo sabemos, como tampoco sabemos a qué velocidad evolucionará hacia una u otra vía. La ciudadanía empieza a estar saturada y cada vez son más las voces que piden dar pasos hacia un estadio de normalidad, aunque esta sea distinta a la que conocimos hasta que llegó el susodicho virus.

Con la llegada de la variante Ómicron el virus está en plena expansión, batiendo récords de contagios en gran parte del mundo. Cuando se escriben estas líneas, el coronavirus ha infectado a más de 310 millones y matado a 5,5 millones de personas. A fecha 6 de enero del presente año, el 50,3% de la población mundial tenía inoculada la pauta completa de vacunación. Pero en Europa y según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en las próximas semanas se podría infectar el 50% de la población, parece mucho, pero ellos sabrán más.

Se confía en que el paso de la variante Ómicron y sus consecuencias, permita tratar a la Covid como una gripe estacional. Pero lo cierto es que estamos viviendo la mayor ola expansiva del virus, con muchos infectados, casi 50.000 muertos semanales y bajas laborales por doquier. Y, aunque según los expertos no es probable que venga otra variante más contagiosa y dura, no habría que descartarlo. El coronavirus no ha dejado de sorprendernos desde su aparición con mutaciones y nuevas variantes.

El seguir tratando a la Covid como una pandemia o manejarla como una gripe común es algo que divide a los médicos. Mientras que la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (Semfyc) aboga por pasar página y volver a la vieja normalidad, las otras dos sociedades científicas de atención primaria (la SEMG y la Semergen) piensan que es precipitado y alertan de los riesgos de hacer ese cambio de consideración, cuando la sexta ola que nos invade aún está en su punto más fuerte. Opinión esta última que es compartida por epidemiólogos y por organizaciones internacionales en el área de la salud como la OMS y la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) A todas luces, parece prematuro, en estos momentos, abandonar la excepcionalidad de atención que se le viene dando a la Covid y pasar a tratarla como una enfermedad endémica. El debate está abierto.

Parece razonable que sea ese el horizonte y que la comunidad científica, las Administraciones Públicas, los ciudadanos y la sociedad en general, caminemos hacia el objetivo de poder llegar a ver la Covid como algo endémico, sin renunciar a la esperanza de su desaparición. En ese sentido, las autoridades sanitarias españolas y los técnicos, llevan preparando, desde el verano de 2020 y están ultimando, un plan que permita cambiar el sistema de vigilancia universal y atención que se viene dando a la Covid por otro paradigma más parecido al de la gripe común, conocido como “centinela”. Pero esos cambios, llegado el momento, tendrán que ser consensuados con los organismos internacionales oportunos, como el Centro Europeo de Control de Enfermedades y la Organización Mundial de la Salud.

No hay ninguna duda de que el riesgo individual que corre cada persona infectada por el coronavirus es, a día de hoy, mucho menor que el que corría hace algo más de un año, cuando se empezaba a vacunar a la población. La combinación de las medidas de protección individuales y colectivas, así como la cierta inmunidad adquirida, bien por sufrir la enfermedad o por la inoculación de vacunas, junto con las mutaciones del SARS-CoV-2, ha posibilitado que la letalidad del virus sea, ahora, muy inferior a la que se dio en las primeras olas de la pandemia, siendo aquellos que no se han vacunado quienes tienen más posibilidades de que el virus les lleve a la UCI o a la muerte.

Por su parte, la comunidad científica está trabajando en la elaboración de una vacuna multivalente que contenga antígenos para las diferentes variantes, y, más a largo plazo, una vacuna universal que sea efectiva ante todas las variantes. Igual de importante e interesante en la lucha contra la pandemia resultan los antivirales identificados y que ya están empezando a comercializarse. Cabe la esperanza de que la efectividad de estas nuevas generaciones de vacunas y antivirales sean efectivas.

Más allá de que pase la ola de Ómicron, de que aparezca la vacuna universal o de que se implante el sistema de vigilancia para tratar a la Covid como una enfermedad respiratoria más, el reto está en convivir con el virus de forma natural y fiarlo a que sea un virus estacional, que ahora no lo es, con las cautelas correspondientes. De forma directa o indirecta, la gripe causó en el invierno 2017-2018, unas 15.000 muertes, siendo la media de 41 personas por día y, no por ello, aun siendo algo que lamentar, la gripe ha condicionado la vida de la población en los últimos 100 años. A medio plazo, la Covid tampoco debería condicionarla, aunque no nos resignemos a vivir con esa cifra de muertes.

Una de las consecuencias de la Covid es que deja herido el sistema de salud. La heroica actividad de los profesionales sanitarios frente a la pandemia, les ha llevado al estrés y al desgaste profesional. Según recientes estudios, cerca del 50% de los sanitarios presentan algún síntoma de ansiedad, depresión, insomnio y hasta bajas e intenciones de abandonar la profesión. El sistema sanitario público ha dado muestras inequívocas de su respuesta necesaria y positiva ante la emergencia sanitaria. Tendría que salir fortalecido de esta pandemia, no más debilitado. El Gobierno y las Comunidades Autónomas, deberían acordar un plan, sostenido en el tiempo, para incrementar los recursos y reforzar las estructuras profesionales de la sanidad pública, porque los sanitarios seguirán siendo imprescindibles cuando el coronavirus deje de ser pandémico para ser endémico.

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© Francisco Aguadero Fernández, 12 de enero de 2022

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