OPINIóN
Actualizado 14/01/2022 08:05:27
Álvaro Maguiño

A cualquier persona la vuelta de las vacaciones no le sienta muy bien. A mí menos, sabiendo que la EBAU está tocando a la puerta. Aunque en vacaciones trabajara lo suficiente para empezar como bien quiero el segundo trimestre, parece que aun así me faltara tiempo para hacer las cosas como yo quiero. Y es que el segundo trimestre no atiende a deseos personales, tampoco a la realidad.

He perdido la cuenta de cuántas líneas he escrito hoy resumiendo la infumable barriga abultada de mi archivador, cada día con más ganas de comer papel. Uno hace lo que puede, pero en este curso hay, al menos, tres velocidades: la velocidad constante e imperturbable de la incertidumbre; la velocidad errante y traviesa de la pandemia; y, por supuesto, mi propia velocidad, que intenta ser una imitación de marca blanca de la primera de estas, pero que se queda en la de un saltamontes desorientado escalando el Kilimanjaro. Eso es segundo de bachillerato, un juego de velocidades.

A principio de curso, me agencié un sitio contiguo a la pared, a la que semanas después se sumó un enorme corcho. Del corcho cuelgan relucientes cuatro hojas del calendario que suman cada día una fecha de examen a sus casillas. Debajo de ellas, las ponderaciones de la EBAU, los distintos grados y mi favorita: una lista sacada de la ciencia ficción con supuestos consejos para sobrevivir al curso, ya despreciados por los que se acercan a leerlos, y que, a mi parecer, no funcionan muy bien. Pero la intención es lo que cuenta y eso se agradece. Esto, que es en lo que pienso cuando no pienso en nada, me recuerda lo absurdas que son las cosas que nos rodean cuando estamos en una situación de peligro. El peligro, inminente.

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