OPINIóN
Actualizado 25/03/2017
Tomás González Blázquez

Sencillo y necesario el mensaje que la Conferencia Episcopal Española, a través de los obispos integrantes de la subcomisión de Familia y Vida, ha publicado con motivo de la Jornada por la Vida que la Iglesia celebra este 25 de marzo: la Anunciación, la Encarnación, el comienzo de la vida humana del Dios Hijo. El final de su recorrido, la culminación en la Cruz, ha sido el motivo del mensaje de este año. Más bien, la parte de ese final que todos compartimos, la porción de cruz que nos corresponde, al atardecer de una vida que la fe ilumina de un modo distinto y siempre nuevo.

Al leerlo he recordado rostros. Bastantes. Diría que muchos. Miradas perdidas y otras fijas y penetrantes. Frentes arrugadas y otras muy arrugadas. Pieles claras tachonadas por las consecuencias del sol y otras teñidas por el mismo sol que cae sin piedad sobre los campos. Manos deformadas por la artrosis y otras encallecidas por los trabajos. Piernas torpes auxiliadas por bastones y otras permanentemente flexionadas descansando su debilidad en la silla de ruedas. Corazones acelerados y otros demasiado lentos. Pulmones anormalmente ruidosos y otros sumidos en preocupante silencio. Intestinos detenidos y riñones perezosos. Diagnósticos inciertos y certezas de muerte.

Pero al hablar de vida, pienso también en ellos. Por supuesto, en el hijo que veo crecer y aprender cada día, y en el que su madre acuna en la oscuridad de su seno, pero no olvido los últimos años, meses, semanas, días, hasta minutos, de los ancianos que me encuentro en la consulta o en la visita a sus casas o residencias. Algunos me miran desde la confianza en quien puede remediar sus males, o al menos confortarles en sus dolores; otros indiferentes porque su mente ya nada conoce; todos llenos de vida, plenos de dignidad, radiantes de luz, pues no han hecho sino comenzar a vivir.

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Vida cuando dicen que se acaba