OPINIóN
Actualizado 06/09/2014
Fructuoso Mangas

Me paré un momento ayer por la tarde en la Cuesta de la Encarnación junto al extremo de la plaza donde estuvo hasta hace poco la estatua yacente del Príncipe Don Juan y me dije que su muerte, tan a destiempo,  debiera ser recordada a primeros de octubre en el aniversario de aquella desgracia nacional. Y espero hacerlo.

Pero lo que me sorprendía desde aquel privilegiado mirador sobre las torres y cúpulas de Salamanca era algo bien distinto, porque de las siete veletas que desde allí se veían (de izquierda a derecha: La Purísima, San Martín, tres de la Clerecía y dos de la Catedral Nueva) sólo dos coincidían en señalar la misma dirección del viento, aunque tampoco podía yo saber, al abrigo del alto edificio del Maestro Ávila, si apuntaban en la dirección correcta. ¡Pudiera ser que todas estuvieran equivocadas: la de La Purísima hacia el noroeste, San Martín rota hace tiempo, dos de La Clerecía una hacia el oeste y la otra hacia el noroeste, y las dos de la Catedral hacia el suroeste aunque con alguna diferencia entre ellas. ¿De dónde vendría el viento que rozaba aquellas "pequeñas velas", ¡veletas!, en el mar salmantino? Quizás era viento demasiado suave para veletas tan pesadas?

Y desde las siete veletas, tan en desacuerdo, se me fue el pensamiento hacia otras cosas, convirtiendo aquel panorama en parábola de muchas cosas que nos pasan. Porque algo así es el panorama nuestro de los que entre nosotros piensan, filosofan o analizan. Cada uno, como cualquier veleta de la parábola, opina y habla con sus prejuicios o su ignorancia, con su partido o su religión en cola -¡ay el viento de cola!- y se ve abocado irremediablemente a apuntar a donde debe apuntar venga de donde venga el viento verdadero.

Me atrevería a decir, aunque con poco entusiasmo, que en nuestros días la ignorancia del que opina o escribe es a veces magnífica y sorprendente y se puede ver de lejos su bajo nivel de fiabilidad. Decía J.L. Cuerda en su original libro sobre lo de amaestrar una cabra que lo malo de la ignorancia es que es muy osada (cito de memoria). Al menos estadísticamente es irrefutable. Y a poco que se oigan tertulias, sermones, declaraciones, juicios sumarísimos? se ven veletas y veletas apuntando  donde sea, donde lo exija el guión o la cadena o el interés o la ideología o la simple ignorancia sin más, que también hay. Y sin embargo la pequeña dosis de verdad, de honestidad o de belleza que cada día puede sernos dada, exige ardua labor de ver, conocer, comparar, confrontar, acoger, comprender, proponer, mantener, defender? Es el humano y sabio deber del homo sapiens desde el día en que se irguió puesto en pie.

Y volviendo a Cuerda, en esa película tan llena de contrariedades que es Amanece que no es poco presenta a un guardia civil disparando al aire y gritando: ¡Esto es un sindiós!, (¡dos millones de entradas en google!) para protestar, creo recordar a distancia, contra todo lo que estaba poniendo el mundo al revés. Esa colección de veletas disparatas coronando el perfil de la ciudad una tarde de verano parecen, también, un sindiós, sin orden ni concierto, sin cordura ni sentido, como algunos espacios actuales de la sociedad y del mundo.

Y el que mira se queda de un aire al ver semejante cosa y se dice: Está bien todo esto, pero ¿de dónde viene el aire?

 

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