OPINIóN
Actualizado 24/05/2014
Manuel Lamas

Todos agudizamos la vista tratando de encontrar, con cada mirada, los elementos precisos para formar nuestros juicios.

Pero no todo lo que vemos se incorpora, sin más, a nuestro bagaje de conocimientos. La mente, evalúa oportunamente la información y desecha aquello que carece de interés. De otra manera, nuestras representaciones, se convertirían en una sucesión de imágenes sin sentido, y nuestros actos, se reducirían a intervenciones mecánicas impulsadas los por los instintos, como ocurre con los animales.

Las imágenes que llegan a la mente, a través del órgano visual, son interpretadas por mecanismos muy complejos cuyo funcionamiento nadie conoce en profundidad. De esta forma, se activa un complicado sistema, promovido por los sentidos. Estos, debidamente coordinados, interactúan para llenarnos de sensaciones. Estas, finalmente, conforman la experiencia de cada persona.

Por tanto, pocas veces nos servimos, exclusivamente de la vista, cuando miramos. Como digo, nuestros sentidos despiertan para dar vida a las imágenes. De manera que, cuando volvemos a verlas, después de mucho tiempo, no retornan solamente las formas y los colores, sino que todas las vivencias vuelven a la mente para reconstruir el tiempo que pasó. Percibimos el aroma al contemplar la flor, el sonido del agua, al ver los guijarros sumergidos, mientras el líquido elemento se despeña para ganar su nivel más bajo. Y, esas manzanas del bodegón, que después de ser fotografiadas repetidamente, sirvieron como refrigerio en la tarde de aquel verano perdido en la memoria.

 

Es verdad que pocas veces observamos con imparcialidad aquello que nos rodea. Determinadas miradas se realizan para elogiar o condenar la conducta de la gente. Una simple imagen no tendría que ser suficiente para formar nuestro juicio sobre una determinada situación o persona. Gran error el de condenar sin esforzarnos por conocer la verdad. 

También tenemos a quienes siempre miran en la misma dirección y al mismo punto. Estos, nada pueden aprender. Son los que, asistidos por su pragmatismo, interpretan el mundo según su propia conveniencia, pero de manera sesgada. No profundizan jamás en las causas de los hechos, por lo que, no pueden vestir con el verbo adecuado aquello que contemplan.

También existen las miradas perdidas; esas miradas que realizamos con prisa, como si el tiempo estuviera limitado. Estas, generalmente, están impregnadas del algún componente prohibido. La mayor parte son efímeras y de carácter furtivo.

Asimismo, hay miradas sinceras; miradas repletas de empatía que ensanchan el alma de quien las prodiga y enriquecen el corazón de quien las recibe. Son las miradas de afecto, de amor. Estas, nada tiene de furtivas y aportan bienestar  a las personas. Se trata del lenguaje de las actitudes, el más auténtico que conocemos.

Pero me falta hablar de aquellas miradas que no se hacen; las que  permanecen ocultas en los pliegues de la conciencia, esperando a que el mundo cambie; que se haga mejor, más justo, pero sin esfuerzo alguno por nuestra parte. Qué ingenuos somos cuando nos tutela el egoísmo. Pues ¿qué es el mundo sino cada uno de nosotros? ¿qué podemos esperar de los demás si nosotros mismos no nos esforzamos por mejorar esa panorámica de la verdad que nos gustaría contemplar? Pasamos la vida centrados en un punto; sobre un ángulo tan reducido, que nos impide ver la realidad. Y, aunque ese punto se convierta en la propia reclusión, al fin y al cabo, es el espacio donde convergen todos nuestros intereses.

A estas alturas de nuestra reflexión, sabemos  que una  mirada, es la forma de captar el entorno que nos rodea. Pero no desconocemos, asimismo, nuestra responsabilidad de mirar introspectivamente para comprender que, las personas, disponemos de mecanismos muy complejos que interpretación que convierten las imágenes en conceptos y estos en reglas para vivir con dignidad.

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >Todas las miradas