OPINIóN
Actualizado 27/02/2016
Tomás González Blázquez

Para ella, ya impera la eternidad. Los que la vieron al otro lado de la reja, las que la trataron en comunidad, los que recibieron su consejo y crecieron en la fe y en la vida gracias a su testimonio de vida y de fe, los que la hemos conocido varios años más tarde a través de lo dicho y escrito sobre ella, contamos ahora veinticinco años, los que han transcurrido desde su nacimiento para el Cielo.

 

Nacida en Fuenteguinaldo en la Navidad de 1905, el bautismo le dio el nombre de la fiesta del día. El 13 de noviembre de 1923, seis meses después de ingresar en el monasterio del Corpus Christi en la ciudad de Salamanca, tomaría el hábito de clarisa y el nombre de Francisca del Niño Jesús. Por delante, casi setenta años de clausura, hasta el 28 de febrero de 1991. Ya es Sierva de Dios y está en curso el proceso para su beatificación. Una santa mujer salmantina que puede llegar a ser contada entre los santos y santas de Dios.

 

Cuenta Mª Victoria Triviño en su biografía "La escala de la noche" que, siendo niña, Natividad quiso esconderse una tarde en la Clerecía, la hoy prácticamente sin culto Iglesia del Espíritu Santo, porque le inquietaba que el Señor pudiera quedarse solo en la noche. Buscó como escondite la escalera del púlpito. Otra escalera, la del coro de la iglesia del Corpus, sería años más tarde su sitio habitual para velar y orar, para hacer vigilia de adoración prolongada de la Eucaristía cada noche. Tanto tiempo dedicaba al sagrario que apenas dormía una hora y media. En vigilia, entregada, "escondida con Cristo en Dios", era la misma niña que quiso esconderse en la Clerecía, para no dejar solo a su Señor, y terminó siendo la segura consejera que veía en Dios lo que tantos corazones anhelaban. Desde el locutorio era misionera y acompañante. Desde la contemplación actuaba. Desde el silencio predicaba la Palabra. Desde la clausura ensanchaba el mundo.

 

Hoy el templo del Corpus, donde reposa Sor Francisca desde 2011, abre sus puertas veinticuatro horas al día. Son las "24 horas para el Señor" que celebra la Iglesia entre el próximo viernes y el próximo sábado, pero cada día. Permanentemente expuesto en la custodia bajo la misteriosa apariencia de pan, Cristo convoca a los cansados y agobiados prometiéndoles alivio. Y allí, donde tantas noches Sor Francisca veló, las vigilias se suceden, turno a turno, adorador a adorador, historia a historia, para que la Iglesia de puertas abiertas siga dedicando las veinticuatro horas de cada día a su Señor.

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