OPINIóN
Actualizado 03/11/2017
Manuel Rodríguez Fraile

Para el filósofo griego Heráclito, la realidad es un constante flujo - nunca te puedes bañar dos veces en el mismo rio ? un devenir constante, un eterno cambio. Lo único cierto es que todo cambia, ninguna realidad permanece. Según el pensador de Éfeso nuestros sentidos, como garantes de realidad, tienen una autoridad muy dudosa. Sabemos que el cielo no es azul, que las nubes no son blancas ni negras, que las aguas del mar o de un lago no son de un hermoso verde esmeralda, y sin embargo así los vemos.

Y es que la realidad, en contra de lo que pudiéramos cree, no es algo sólido e inmutable que existe por sí mismo, la realidad es una interpretación personal y única, pero también colectiva y compartida. La realidad, nos muestra hechos, elementos, incluso algunas claves para comprender lo que esta sucediendo en nuestro entorno, pero cada uno procesamos esta información desde un "lugar en el mundo" diferente.

La realidad nos aproxima a las causas de los hechos, pero los hechos pueden ser más o menos importante para cada uno de nosotros a la hora de dar sentido a la realidad. Porque no es la realidad, que muda constantemente, la que marca esa importancia sino nosotros. Tenemos tendencia a dar crédito a aquello que coincide con nuestra particular interpretación del mundo, aquello que confirma y refuerza nuestras ideas y con ello expulsamos de nuestra realidad lo diferente, reduciendo así nuestros horizontes. Y es que todo depende de cómo vemos las cosas y no de cómo son en realidad, acertadas palabras del médico, psiquiatra y ensayista suizo Carl Jung.

No resulta sencillo interpretar la realidad que nos rodea, sobre todo en un mundo sobresaturado de información, pero debemos hacerlo si queremos intervenir en ella, y para hacerlo hay que tener presentes ciertos factores de importancia decisiva en el proceso. Estos son en mi opinión:

El espectacular avance de los medios de transporte y las tecnologías de la información que nos pone el mundo a un clic de ordenador. Este hecho, está favoreciendo entre otras muchas cosas una, al menos parcialmente, homogenización de estilos de vida, una pérdida de identidad que convive íntimamente con un gran deseo de recuperar.

En segundo lugar, la aceptación generalizada de que no existen alternativas al crecimiento económico sustentado en la producción y el consumo. Lo que nos lleva a incorporar al mercado elementos que antes ni se vendían ni se compraban como el agua, la contaminación del aire, los genes, los óvulos, los embarazos, etc. El capitalismo y las ideologías neoliberales se imponen y se hacen cada día más y más fundamentalistas, como si fueran elementos esenciales de nuestra realidad.

Y por último, la imparable globalización, con su dimensión política, tecnológica y económica. Porque la globalización hoy es ya mucho más que una ideología, es un hecho, un hecho difícilmente cuestionable de interconexión mundial que genera enormes dependencias, en muchos casos son injustas y poco equilibradas, ya que carecemos de métodos, de instrumentos e instituciones de arbitraje y control.

Estos factores también están sujetos a ese proceso de constante cambio del que hablaba Heráclito por eso, el filósofo griego nos sitúa ante la disyuntiva de estar despierto o dormir informados para intentar atrapar esos pedazos de realidad que nos ayuden a rtomar las decisiones más correctas o sumirnos una confortable ignorancia aislándonos en un mundo ficticio.

Yo me apunto al consejo de Charle Chaplin: lo realmente importante es luchar para vivir la vida, para sufrirla y para gozarla, perder con dignidad y atreverse de nuevo. La vida es maravillosa si no se tiene miedo. O el de Woody Allen mucho más práctico: Odio la realidad, pero es en el único sitio donde se puede comer un buen filete.


[i] Todo está en movimiento, todo cambia de una forma constante, lo que es en este momento nunca más lo volverá a ser y lo que fue en su momento, nunca más lo será.

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