OPINIóN
Actualizado 14/11/2015
Ángel de Arriba Sánchez

Este otoño es especialmente triste en París, pues las hojas caídas, no son las que deberían ser.
 

Viernes 13, noviembre de 2015. Seis atentados huracanados en París acaban con la vida de 132 personas ,dejan una secuela de más 350 heridos, y a millones..., a miles de millones de ciudadanos de todo el mundo consternados por una nueva barbarie del extremismo religioso.
 

Dicen que uno se esos hombres de terror disparaba en la sala de fiestas Bataclan con un Kalashnikov al tiempo que gritaba ¡Alá es grande! Y sí, Alá es grande, uno de los hallazgos religiosos de piadosos y sabios hombres, y Mahoma es su profeta. Y grandes son los millones de sus seguidores que con buena voluntad practican sus enseñanzas en aras de ser, como lo intentamos todos, más humanos.

Pero qué pequeños, al nivel de arácnidos, se nos muestran los que tergiversan las enseñanzas del Islam (que significa paz) y llevan años sembrando por doquier el veneno de su guerra...
 

Siempre me ha  gustado, en estas tardes de declive estacional, escuchar las deliciosas cadencias de la Chanson Francesa, y ver cómo caen suaves las cadencias de bellas canciones en los parpadeos del reloj otoñal. Son las voces de Edith Piaf, Charlet Trenet, Paul Mauriat,  George Mosutaki, Jacques Brel, Léo Férre.., y tantos más.

Pero este viernes he oído en los teletipos gritos por los vulebares parisinos, y los he sentido como propios.

Hoy con París, y con Francia, y con las víctimas de estos atentados de sin razón, de aquí y de allá..., de ayer, y de siempre...

Solo tengo la palabra y el garato para hacer constar mi repulsa, y aquí los dejo.

Je suis parien, oui, pues siento su cultura, su arte, sus alamedas, y la voz de sus gentes.

Posdata: No conocí la tragica noticia que nos ocupa, improbable lector, hasta la madrugada, cuando las noticias eran hojas yertas en las manos del mundo libre. Luego, en conversación telemática con el director de este meritorio Periódico digital, le decía que para qué, que para qué unas letrillas y unas líneas en un mundo tan letreado y garabatedo por lo digital. 

Y sin embargo, preparé mis tintas y mi papel, y durante 40 minutos contemplé lo blanco y escuché el silencio de la celulosa sin ánimo alguno. Hasta que tomé un frasco y dejé caer unas gotas. El azar, lo juro, quiso que fueran 13 las gotas rojas que se estamparon..., y luego giré el papel para que formaran una alameda que no hubiéramos querido conocer. Y la ilsutración siguió.  No sé lo que fue, pero algo me dijo que mi silencio les daba la victoria, y que al menos las víctimas se merecían nuestro canto triste, desgarrado, pero esperanzador como la voz de la Piaf, y de..., ya sabéis...

Y es que  para que no venza la barbarie, ni aquí, ni en ningún lugar, acaso solo tengamos nuestras letras, nuestros torpes trazos, el arte, y la voluntad de seguir trabajando en el sentido del bien.

Y así no habrá hojas muertas en París, sino brotes en nuestro corazón. 

 

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