OPINIóN
Actualizado 11/10/2018
Celia Corral Cañas

"Intellectual rebels" leí de repente en el cristal de un escaparate de la ciudad. "Intellectual rebels". Detrás unos maniquís lucían ropa de otoño, chaquetas y pantalones oscuros, largas bufandas. "Intellectual rebels" es el título de la nueva temporada de una conocida cadena de tiendas de ropa. En el vídeo de promoción se puede observar a dos modelos recorriendo un edificio universitario, lanzando papeles al aire, saltando encima de las mesas (¡pero qué diferente de la famosa escena de la película El club de los poetas muertos!), quizá de ahí el título. Quizá. O al revés.

Es inevitable acordarse del extraordinario ensayo En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo[1], del extraordinario Alberto Santamaría, y de su reflexión sobre la apropiación capitalista de conceptos y su resignificación. Dice Santamaría:

Una de las características del capitalismo es, como ya indicamos, su capacidad para absorber aquello que lo puede herir. En este sentido, las críticas al capitalismo procedentes de los movimientos contestatarios de finales de los años sesenta son asumidas en el seno de las nuevas formulaciones empresariales y, por tanto, por la propia teoría del capitalismo humano. No cabe duda de que algunas de las críticas nacidas en el seno del movimiento estudiantil de Mayo del 68, o cercanas al situacionismo, serán asumidas progresivamente por las empresas y se insertarán en los planes de formación desde mediados de los ochenta (pp. 79-80).

Y añade:

En la actualidad, siguiendo estas dinámicas asimiladoras, los valores en alza son aquellos que toman como eje de inversión el ser creativos, imaginativos, flexibles, amantes del cambio, etc. No obstante, es necesario señalar un hecho que suele pasar desapercibido. El capitalismo no asume estos conceptos, sino que los produce. Es decir, no toma el concepto de creatividad tal cual y lo incorpora a sus dinámicas mercantiles, sino que, al contrario, genera un concepto de creatividad propio (alejado de cualquier compulsión artística o crítica o, dicho de otro modo, lo despolitiza) y lo pone a funcionar. Dicho concepto se amplifica, se difunde y retorna hasta nosotros filtrado por las propias máquinas educativas del capital humano. La resignificación de esos conceptos le es esencial a la hora de generar adhesión. La creatividad (en el sentido difundido por grandes empresas, bancos e incluso el Estado) es un modo de resolución de situaciones complejas, nada más; una habilidad que desarrollar, fácilmente adquirible en cursos de gestión empresarial. Eso sí, una habilidad "desconflictualizada" (p. 81).

¿Será lo intelectual también un concepto resignificado, la rebeldía una habilidad "desconflictualizada"? ¿Cómo establecer entonces las diferencias? ¿Cómo saber que se está diciendo lo que se quiere decir? ¿Hasta dónde repercuten los ecos de las palabras, qué nos imantan, hacia dónde nos orientan y por qué, por quién?

Si los intelectuales rebeldes son maniquís con moda otoñal, ¿cómo llamar ahora a los intelectuales? ¿Cómo a la rebeldía? ¿Cómo a la creatividad?

Solo el recorrido de tu párpado por estas líneas le da un sentido al sinsentido, allí donde las palabras escapan de los escaparates de moda, en el centro exacto donde la pregunta late.


[1] Alberto Santamaría, En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo. Madrid: Ediciones Akal, 2018.

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