OPINIóN
Actualizado 30/04/2016
José Ángel Torres Rechy

Sin lugar a dudas, hubiera resultado más oportuno, no solo para ustedes, lectores de esta pobre columna, sino también para mí, que en lugar de haber encendido el ordenador para escribir este texto hubiera empezado a leer la novela de la editorial de Barcelona que está a escasos centímetros del ratón. Tengo redactado un escrito que hasta hace apenas unos momentos pensaba publicar aquí. Mi compromiso, entonces, no se iba a ver perjudicado por comenzar la novela del autor austriaco y no sentarme al escritorio a poner estas letras en el procesador de textos. En cambio, yo me hubiera enriquecido literariamente. Estoy en un magnífico espacio noble desde el que contemplo la pared de una casa cubierta por una hiedra que respeta los marcos de las ventanas. Las hojas reflejan la luz del atardecer.

¿Cuál es el motivo de que no coja el libro? El vínculo que se ha creado entre el narrador de esta columna y ustedes. Hoy mismo, al mediodía, escuché que la edición digital de un texto de la Edad Media no es lo mismo que el texto conservado. Lo que Magritte dijo en la primera mitad del siglo xx con el dibujo de la pipa. Sin embargo, aunque ni el dibujo sea el objeto material, ni la edición con las nuevas tecnologías sea la obra del siglo xiii, aunque esta columna, quiero decir, no sea yo, ni ustedes las personas que quien suscribe esto tiene en mente, me atrevo a hablar de la creación de un vínculo, y además lo pongo en un sitio de importancia: no puedo solo subir a la plataforma de Salamanca rtv al día un escrito (el que tenía redactado desde hace días) y zanjar el asunto de la columna por hoy. No puedo hacerles esto a ustedes, ni puedo hacérmelo a mí mismo. (Yo, narrador, no puedo hacérselo a la persona que suscribe la pieza, quise decir.)

Los días siempre estarán aquí. Siempre estarán los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes, los sábados y los domingos. En el mismo orden. Con sus amaneceres y sus anocheceres. Con sus soles y sus estrellas y sus lunas. Con sus nostalgias y sus políticas y sus amores y sus muertes. Puntuales. Con su aire para respirar. Pero yo no podía sacar del bolsillo algo que había preparado en el pasado para este momento. No, porque tenía tiempo para escribir uno nuevo. Pues no me dirijo a una página en blanco, sino a personas (y ustedes no tienen a la vista un conjunto medio ordenador de píxeles negros, sino a un hombre ―o al reflejo de un hombre, según veíamos en el párrafo de arriba―).

A ver, resumamos, para terminar. ¿Qué hemos dicho? Que entre las opciones de leer una novela y escribir una nueva columna, elegí la segunda. Y que ustedes y yo no somos nosotros, pero sí somos nosotros, o algo así. Lo que dicen las personas que se dedican a los estudios de la narración. En definitiva, no he dicho nada nuevo. Ni nada brillante. En cambio, el reflejo de la luz del sol, a su manera, sí que es brillante. Y seguramente también lo habría sido la otra columna que había escrito para hoy, en caso de haberla sacado a la luz. Qué pena, ¿verdad?

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