OPINIóN
Actualizado 28/04/2016
Javier González Alonso

En la Directiva relativa a la Conservación de las Aves Silvestres, promulgada en 2007, se prohíbe la captura de cualquier especie de ave, salvo las cinegéticas: se prohíbe "dar muerte, dañar, molestar o inquietar intencionadamente a los animales silvestres, incluyendo su captura en vivo y la recolección de sus huevos o crías, así como alterar y destruir la vegetación. En relación a los mismos quedan igualmente prohibidos la posesión tráfico y comercio de ejemplares vivos o muertos o de sus restos, incluyendo el comercio exterior" [Ley del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad]. Entre estas especies no "cazables" se encuentran los fringílidos: pardillos, jilgueros, verderones, verdecillos, pinzones comunes, petirrojos?entre otros. Todos ellos pájaros canores, de alegres melodías y llamativo plumaje.

Quienes se decidan a la captura de estos pequeños tenores, que, aún siendo cazadores, prefieren llamarse "silvestristas", justifican dicha caza aduciendo que "es un arte tradicional, legado de las culturas romana y árabe", "que les permite disfrutar y convivir con la naturaleza", y que "se divide en varias etapas, la captura y preselección, la cría y educación para el canto, selección de los mejores ejemplares, participación en los concursos tanto de canto como de plumaje?", es decir, buscan la mejora de las aptitudes cantoras de las aves, a la vez que intentan mejorar su gama cromática, para hacerlos más atractivos, a posibles compradores o a los jurados de concursos. Dicha búsqueda se consigue cruzando los ejemplares idóneos, que son posteriormente adiestrados para unos cantos más melodiosos. Para ello, argumentan, necesitan capturar ejemplares silvestres, en un número suficiente alto, para asegurar que no habrá problemas de consanguinidad en los cruces.

Una afición, lamentablemente, con una fuerte incidencia en el descenso que estamos experimentando de nuestros vecinos alados. Según un estudio realizado por la Universidad de Exeter, en Reino Unido, una cuarta parte de las aves que poblaban los cielos europeos hace 30 años ha desaparecido [http://bit.ly/10jDGp8]: hemos perdido unos 421 millones de ejemplares, de unos 2.000 millones de ejemplares existentes en los años 80. El gorrión común, una de las especies más perjudicadas, ha desaparecido de varias ciudades europeas, Londres o Praga, por ejemplo, a la vez que se ha visto drásticamente reducida en el resto de núcleos urbanos [Más información en una anterior columna http://bit.ly/1TGkIC9].

Obviamente, las grandes causas hay que buscarlas en otros problemas que trae aparejada nuestra falta de visión medioambiental, pero los silvestristas detraen su granito de arena en estas disminuciones, con los pájaros "urbanos" más llamativos y animados que ayudan a alegrarnos la vida en la ciudad. Tener un pájaro encarcelado en una jaula puede hacernos la vida más alegre, pero no hay comparación posible con oírlos en el propio entorno, sin causarles ningún tipo de estrés por cautiverio, contemplando el comportamiento natural de estos pequeños amigos alados? libres.

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