Tras el paréntesis de las fiestas navideñas, verdadero rito de paso o de transición entre el año viejo y el nuevo, el transcurso del tiempo sigue su andadura y nosotros, en ella, nos vamos configurando, cada uno a su modo.
En realidad, a cada uno nos es dado, a la hora de nuestro existir, un pequeño espacio, un pequeño territorio en el que vamos tejiendo esa invisible tela que configura lo que somos, con una urdimbre y una trama que nunca son las mismas en cada uno.
Nos cargamos –como asimismo ocurre al empezar cada curso, a la vuelta de cada verano– de buenos propósitos, para renovar y agilizar en algún sentido nuestro sentido, para no dejarnos arrastrar por la rutina de lo mortecino que a todos trata de devorarnos. Y ahí estamos.
Pero, en realidad, cada uno habitamos nuestro pequeño espacio, un espacio minúsculo, como corresponde a esa hierbecilla o granito de arena que somos no solo ya en el cosmos, sino en el mismo planeta que habitamos.
Sobre ese pequeño espacio, ya reflexionaban los clásicos de nuestra modernidad. Los humanistas hablaban del pequeño mundo del hombre. Y a ese pequeño mundo del ser humano pertenecemos, de él formamos parte.
El poeta sevillano Andrés Fernández de Andrada hablaba, en su bellísima ‘Epístola moral a Fabio’, de “Un ángulo me basta”, expresión que ha llegado a alcanzar mucha fortuna y difusión. Y es en ese pequeño ángulo de la estancia del mundo donde transcurre nuestro paso por la vida.
Ese terceto de la ‘Epístola moral’ traza todo un ideal de vida. “Un ángulo me basta entre mis lares, / un libro y un amigo, un sueño breve / que no perturben deudas ni pesares.” En realidad, ese ideal se cifra en habitar un pequeño espacio (el ángulo), entregarse a la vida culta (el libro), a la amistad y a ese pequeño sueño al que, sí, todos tenemos derecho, como aspiración humana a anhelar una realidad más alta y más hermosa.
Fray Luis de León, en su sobrecogedora oda undécima ‘Al licenciado Juan de Grial’, acosado y perseguido por las expresiones del mal en su tiempo (víctima “de un torbellino / traidor”), expresa idéntico anhelo, cuando indica: “El tiempo nos convida / a los estudios nobles”.
Para aludir a ese ángulo que le basta para existir sobriamente, Fernández de Andrada utiliza una hermosa imagen en su ‘Epístola moral’, cuando habla del aprecio del ruiseñor por “su pobre nido / de pluma y leves pajas” en el recogimiento del bosque.
Pero Fray Luis de León, antes, tampoco se había quedado atrás, para cifrar, en otra imagen, ese pequeño ángulo del existir humano; y, así, en su ‘Canción de la vida solitaria’, alude a esa “pobrecilla / mesa, de amable paz bien abastada”.
Ideales de vida que tienen un pertinente encaje en esa tradición estoica española que tiene en los escritos de Séneca una de sus máximas expresiones, como también en los de algunos escritores de nuestra ascética y mística.
Desde ese pequeño ángulo, desde ese pequeño territorio en el que existe cada uno, contribuyamos a mejorar nuestra perspectiva vital, también las de quienes nos rodean y, también, como consecuencia de todo ello, contribuyamos a mejorar el mundo que nos ha tocado en suerte.