OPINIóN
Actualizado 06/01/2022 09:38:05
Ignacio Martín

A finales de los 50, Juan José Arreola, director de la Casa del Lago, en Chapultepec, junto al zoológico, pergeña un libro, su Bestiario, con dibujos de su amigo Héctor Xavier. Los imagino paseando, charlando, uno escribiendo al hablar y el otro, dibujando con los ojos.

Cuando empecé a estudiar a Juan José Arreola, me llamó la atención, entre otros asuntos, un libro de curioso título: Punta de plata: el Bestiario de don Juan José con dibujos de Héctor Xavier... Arreolanamente, llevaba casi treinta años persiguiéndolo, aunque fuera para verlo; ni en librerías de viejo ni en la biblioteca de nadie había visto nunca un ejemplar.

2021, pandémico y, en lo personal, algo celeste, aunque solo sea por lo quijotescamente delgado cuando llego a una edad en la que más bien nos solemos acercar más a Sancho (para los lectores mexicanos, en sentido también quijotesco, no empiecen), el año pasado, decía, acabó de una manera muy literaria: por fin tuve en mis manos una reedición de Punta de plata, gracias a Oscar Enrique Habarnau, un buen amigo, paisano de mis dos patrias a las que él suma la argentina, que me lo regaló.

El año extraño, fallido palíndroma, “me presentó” también a Héctor Xavier, en una exposición sobre su obra –en el Museo Nacional de Arte, Munal para los cuates– que, no podía ser de otra manera, mostraba un ejemplar de tan buscado libro, facsimilar, ojo, y, eso sí, algunos de los dibujos originales. Por si fuera poco, uno de los escasos viajecitos del año fue a Tuxpan, la ciudad natal de Héctor Xavier y de la que partió el Granma, el barco en el que Fidel Castro y el Che Guevara fueron a Cuba para iniciar la revolución… que empezó con el año... Aquel año…

Pero estábamos hablando de Arreola, por eso este “cuento” tiene que terminar con una “vuelta de tuerca”: resulta que la reedición en mis manos, de 2018, de la editorial Joaquín Mortiz –llegué a conocer a don Joaquín Díez-Canedo su fundador, mantengo amistad feisbuqueña con su hijo y ahí tuve mis primeras “chambas” mexicanas– incluye un texto titulado “Amanuense de Arreola”, de José Emilio Pacheco… que resulta que “escribió” el libro:

[…] el 8 de diciembre, ya con el agua al cuello, me presenté en Elba y Lerma a las nueve de la mañana, hice que Arreola se arrojara en su catre, me senté a la mesa de pino, saqué papel, pluma y tintero y le dije:

—No hay más remedio. Me dicta o me dicta. Arreola se tumbó de espaldas en el catre, se tapó los ojos con la almohada y me preguntó:

—¿Por cuál empiezo? Dije lo primero que se me ocurrió:

—Por la cebra.

Arreola, Pacheco… Mi México.

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