OPINIóN
Actualizado 04/01/2022 08:25:29
Charo Alonso

Pasa el tiempo y el paso sosegado o vertiginoso de las gentes resuena en la piel de las estatuas. Ni siquiera el cambio de temperatura, cruel con la mañana heladora y la mediodía tibia de sol de invierno, conmueve a la estatua que nos acompaña. Son los mudos, silenciosos habitantes de la ciudad mediana, de la ciudad tranquila, de la ciudad provinciana. Alumbran rotondas en las que gira la vida, con prisa, con calma, dejan que sea asiento del fatigado su peana, y nos acompañan sin imponerse, haciéndose invisibles de puro familiares ante nuestra mirada.

Es el escultor esforzado el dueño de la materia. El que sabe de cálculos y de barros que devienen moldes, siderurgia, talla directa… son ellos los que comparten de verdad, auténticamente la obra que se eleva en nuestras calles a la altura de los ojos, o en la elevación altiva de su base. Imitan al homenajeado en gestos y actitudes, retrato de lo insigne, se vuelven abstracciones o símbolos que leemos a toda prisa mientras giramos a su vera o las reconocemos como hitos de nuestro cotidiano trasiego por la vida… son las estatuas de la ciudad, desnudas ante la intemperie, abiertas a todos los vientos, desprotegidas de la perturbación del agua, la nieve, el hielo y el calor que agreden. Están hechas del material de lo eterno o eso deseamos mientras algunas de ellas sufren, no el vandalismo de los hombres, que se cura con las caricias de otros, sino el desgaste de los materiales, la intemperie feroz de una meseta que en un mismo día recorre el verano y el invierno, poniendo a prueba la solidez del bronce y sus requiebros verdosos, la resbaladiza cualidad del mármol negro, la fuerza del granito, la aparente dureza del hormigón armado… son las estatuas nuestras testigos hieráticos de nuestro paso por el mundo, de nuestra forma de habitar las calles, las avenidas, las venas del tráfico de una ciudad que deja resbalar el tiempo sobre ella como la lluvia sobre la piel de ellas, las esculturas que nos recuerdan la sólida, la eterna voluntad de permanencia.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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