El año acaba y en las páginas de los periódicos se recorren los tiempos de la plaga, del volcán ahora medio dormido, de la sucesión constante de los días y las caras que desaparecieron en las portadas que acumulan el tiempo que nos pasa y nos pesa y un año no es nada, dice mi padre mientras tacha los números de un calendario en el que la jubilación lo tiñe todo de rojo. Perpetuo domingo.
El tiempo, el que se nos va estos días tan rápidamente sobre la esquina de la mesa llena de copas, de platos que guardas, de dulces que se envuelven con el crujir del regalo, pasa y nos deja ese surco en la cara que estiras frente al espejo mientras los hijos pasan de curso, los sobrinos estiran y uno se pregunta cuando compra un regalo ¿Cuántos cumple la niña redonda, la chiquilla espigada, el pequeño que ya no lo es? Pasan los días sin consentimiento, entre las celebraciones que desorientan a mi madre, agotan a mi hija y encierran en la prevención del confinamiento a mis hermanos, rodeados en su trabajo de esa plaga que nos cerca en silencio, aliento cálido de fiera. Y dejamos de compartir mantel y copa, brindis con el que celebramos una fecha que yo insisto en no celebrar porque me voy a la cama sin ruidos, sin rituales de buena suerte, sin otro deseo que escuchar valses vieneses.
Pasan los días, este invierno de temperatura suave tiene una cualidad suave de volcán dormido, de problemas que se aquietan mientras nos vamos de vacaciones. Es un tiempo quieto mientras todos se mueven en la medida de los contagios para volver a una casa que pone la mesa, que hace la cama, que compra el regalo del encuentro. Es la navidad y los ritos se repiten mientras mi hija ríe porque la gata respeta el arbolito y sin embargo, se asienta en el estante donde ponemos el nacimiento. Ella es la viva cualidad de la vida diaria que se despierta fascinada por encontrarnos, por salir al patio a que se le enfríe el morrito herido, superviviente de un atropello que cojea feliz entre las estanterías de la casa buscando el olor de su dueña. Ella también establece sus ritos, el rito nuestro estos días de recordar los meses arrancados del calendario de mi padre, día a día, citas médicas, cumpleaños de los niños, ya llegará el verano… y mientras, esa frase constante, ese mantra diario: cómo pasan los días, un año no es nada. Nada.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.