OPINIóN
Actualizado 29/12/2021 10:58:45
Manuel Alcántara

Han pasado ya tres años desde que ella rompió con su pareja. Tenían una relación estable, compartían el ocio pues eran de gustos similares, se complementaban en sus quehaceres profesionales, aunque no trabajaban en el mismo sitio su dedicación se refería al mismo ámbito laboral en el sector financiero. Ante sus amistades mantenían un equilibrio notable y siempre eran modelo por su talante franco y la ausencia de cualquier atisbo de excentricidad. Recuerdo que en una ocasión escuché cómo defendían a capa y espada el valor no solo de la fidelidad sino de la lealtad. Sin embargo, todo se fue al garete tras casi seis años de relación. Tampoco importó que su principal activo común, un bonito apartamento frente al parque, tuvieran que mal venderlo. La ruptura fue cuestión de días en un brumoso mes de noviembre. Las decisiones humanas son complejas y más cuando atañen a dos personas cuyas vidas han estado entrelazadas tanto tiempo. Nunca entendí la situación, pero hoy conozco algo más.

Me encontré con ella por azar ya que compartimos asiento en un viaje. Ella ya no vivía en la ciudad y en esa ocasión se trataba de una visita de trabajo y yo casi nunca tomaba el autobús pues prefería desplazarme en mi coche o en tren. Después de unos minutos en que nos pusimos al día y de un silencio embarazoso, que no era sino el preludio de lo que estaba esperando, aunque debo reconocer que sin mucha esperanza, mirando al libro que tenía en mi regazo, me preguntó si seguía gustándome leer. Sin dejarme responder, con sus ojos que de pronto se extraviaron esquivando los míos, me dijo que era una letraherida y que su ruptura de la que nunca había hablado con nadie en la ciudad tenía que ver con ello. El relato fue breve y claro, de manera que no necesité preguntar nada. Después, un silencio espeso nos embargó. Abrí mi libro y ella se puso a contemplar el paisaje.

No pude concentrarme en la lectura. Solo pensaba en el poder de la escritura. Ella compartía con su pareja un ordenador de consola. Un día estando sola en casa cuando se disponía a hacer una tarea pendiente vio un documento abierto titulado “Una vida”. Comenzó a leerlo con curiosidad. Era algo familiar, aunque su nombre ni el de su pareja aparecían, tampoco lugares ni personajes conocidos, ni situaciones exactas vividas. Sentía la fuerza de un avatar que se apoderaba de ella conduciéndola por vericuetos que no le resultaban extraños. Compartía razonamientos que habían surgido de sus conversaciones, pero que conducían desde premisas sabidas a conclusiones muy diferentes. Reconocía conversaciones que, transcritas ahora en frases separadas por puntos y por comas, generaban significados diferentes. Encontraba juicios que controvertían el sentido de largas discusiones amables sobre el propio sentido de la vida. Secretos inocuos. Sus ojos se fueron humedeciendo poco a poco hasta estallar en un llanto desconsolado. Se sintió huérfana, nunca traicionada, pero supo que debía marcharse.

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