Vengo a ti no sólo pidiendo un vaso de agua, sino buscando su misma fuente… Vengo no solo buscando el don del amor, sino al Amor mismo
R. TAGORE
Nos visitará el sol que nace de lo alto
(Lc 1,78)
Entre luces y villancicos, entre compras y comidas celebramos cada año uno de las fiestas más entrañables, la Navidad. No es solo un recuerdo en el calendario o un aniversario, es actualización y nueva presencia del misterio de un Dios que acampó y acampa en medio de los hombres. El resucitado más allá de la historia, de las barreras del tiempo y del espacio, actualiza la encarnación para el hombre de nuestro tiempo. Entre el ayer de Nazaret y el mañana de la parusía, está cada Navidad de un Dios con nosotros, que nos quiere comunicar vida, luz y alegría.
El misterio de la navidad, recoge todos los misterios de la vida de Cristo, hasta su muerte en cruz. Cuando nos adentramos en él y contemplamos su hondura, podemos acercarnos al misterio insondable de Dios. El misterio de un Dios que desciende para compartir la vida con el hombre y que el hombre pueda ascender a Dios. Recibir a Dios y quedar transformados por su amor es lo que hacemos cada Navidad, también en cada eucaristía. El misterio del descenso, es el misterio de la transformación del ser humano, de su divinización y su inserción en la vida de Dios.
En esa transformación del corazón por el amor que desciende, estamos invitados a incorporarnos a ese movimiento de descender, bajar a esos lugares de exclusión social, lugares de desamparo, dolor y soledad y poder comunicar vida, luz y alegría. Ante tantos mensajes consumistas y la llamada a la fiesta continua, debemos descubrir que la verdadera riqueza no viene de la opulencia, sino de la solidaridad con los más necesitados de nuestro mundo. En estos días necesitamos expresar la alegría, no como jolgorio y derroche, sino como formas creativas y evangélicas de llevar la alegría en forma de compartir y a hacer realidad una mayor justicia, así como la búsqueda de la paz y la reconciliación entre todos los componentes de la familia humana.
En una sociedad como la nuestra, individualista y hedonista, hacen falta personas solidarias, más allá de su posicionamiento religioso. Es una obligación moral de toda persona. Pero es necesario ir más allá, ayudar a nacer una nueva cultura de la solidaridad que no sea una simple utopía no realizable, para que sea el semillero de las conciencias solidarias. Una cultura que viva la solidaridad dentro de sí misma y que la pueda proyectar al exterior, creando redes de solidaridad. Desde ellas se puede ir creando un tejido que visibilice y proteja a los más necesitados y que pueda ser un muro para aquellas lógicas culturales que buscan perpetuarse. Estas redes de solidaridad deberán poner en marcha alternativas económicas, sociales, políticas que muestren luces y salidas a los procesos de exclusión.
Para empezar con algunas ideas para celebrar una Navidad más solidaria, debemos educar en la reinvención de la solidaridad, que nace en la experiencia del encuentro afectante con la realidad del otro herido en su dignidad de persona y que se nos manifiesta como no-persona desde el momento en que es tratado como cosa, como excluido, como un nadie. Es una buena ocasión para enseñar a nuestros hijos valores tan importantes como el respeto, la igualdad, la solidaridad o la paz. Es un buen momento para donar algún juguete, ayudar con alimentos en el comedor de los pobres o en el banco de alimentos, visitar a los ancianos en su soledad, ofrecer nuestro tiempo o colaborar con alguna ONG.
Recordar que Dios viene a nosotros cada día, que Navidad es siempre y que es necesario ser solidario siempre y enseñar a nuestros hijos e hijas por qué es fundamental ayudar a otras personas que quizás no han tenido la misma suerte que nosotros. Más allá de poder celebrar una Navidad más solidaria, desde la fe, es un buen momento para dedicar un tiempo especial a la oración, a descifrar desde la palabra de Dios los signos de los tiempos, al diálogo fraterno, al ayuno de muchas cosas que no nos dejan ver bien la realidad y después hacernos la pregunta como puedo sentar en mi mesa y acoger a todos aquellos que lo necesitan.
Dios viene al mundo en medio de un profundo silencio. El silencio permite estar a solas con Dios, volvernos a Él y reconocer su presencia, que nos supera, pero nos toca el corazón. En medio del silencio, que aparentemente no sucede nada, Él está actuando en nosotros, nos ilumina, porque su luz brilla en nuestro corazón. El Cristo de la Navidad es el mediador entre Dios y el hombre: nos ayuda a “conocer a Dios visiblemente”, y así nos lleva al amor de lo invisible. LUZ Y PAZ PARA TODOS. FELIZ NAVIDAD