OPINIóN
Actualizado 21/12/2021 08:31:07
Charo Alonso

Las más exquisitas de las maletas son las de mi amiga, la inglesa. Asomarse a ellas es descubrir el interior ordenado de una caja de bombones, el joyero donde todo está en su sitio y cada pieza ocupa su lugar en el mundo: pausados de pasos los zapatos, plegada la papiroflexia de la ropa limpia que se desplegará sin una arruga, coordinadas las bolsas que guardan las intimidades en los huecos de la geometría apretada del interior de la maleta. Es la dispositio perfecta que también lucía, colores intensos, paquetes coloridos de regalos mexicanos para todos, la maleta siempre inagotable de la escritora Elena Poniatowska, quien siempre se quejaba de su desorden.

-Para valijas exquisitas, las de mi mamá.

Doña Paulette Amor de Poniatowski tenía la regia grandeza de la belleza e instruía a su hija periodista peripatética en el arte de envolver los zapatos con suave papel de china, disponer las estancias de la maleta, posar la lana sobre las delicadas cajas donde llevar lo poco que poseemos cuando salimos de nuestra casa. Todo lo que tengo, lo llevo conmigo, decía un lema que hice mío durante mis tiempos de profesora errante por los caminos extremeños, claro que no era una sola maleta, sino el maletero del coche lleno de libros, apuntes de mi tesis, algo de ropa, fetiches bienamados y una cafetera. Lo esencial cabe en un jarrito, sabiéndolo acomodar, como dicen en ese México que yo llevaba puesto, chales y collares, en mi periplo por los institutos donde me enviaban, profesora novata, a cuestas con la casa que instalaba en dos minutos para salir a buscar las dos rayitas de la cobertura que me permitieran decirle a mi madre que había llegado bien a través de aquellos primeros enormes teléfonos móviles.


Me asomo a la maleta inusual en tiempos de pandemia. Hay ocasiones en los que las mías parecen un ultramarinos y hay una botella de vino protegida por los jerseys del frío o las telas del verano y se amontonan los libros, los jabones, los cuerpos de la geometría del desastre cuando, tratando de encajar algo más, la arquitectura del orden se deshace. Soy la diligente alumna que trata la tarea con el cuidado que merece, hacer una maleta con el orden que requiere, la delicada disposición de aquello que no necesitaremos y con lo que cargamos cual Cirineo de la cruz. A la vuelta, lo ofrecido se vuelve ofrenda para los que se quedaron y la maleta vuelve a ordenarse en una caótica felicidad de regreso ¿Qué me has traído? Y el recuerdo lejano, ofrecido desde la distancia, florece entre las bolsas, cuidadosas, de la ropa sucia, de los zapatos cansados y la arruga sin remedio de aquello que no tuvimos tiempo de ponernos. Es el edificio delicado que sustenta el viaje.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez

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