OPINIóN
Actualizado 14/12/2021
Francisco Delgado

Desde la nevada del 15 de diciembre del 2008, seguramente no ha vuelto a caer en Salamanca una nevada más intensa hasta el día de hoy. Nunca podré olvidarme de ella. El día anterior salí por la tarde desde Madrid hacia la capital charra y sin que ningún meteorólogo lo hubiera advertido, cuando salí del túnel de Guadarrama nevaba tan copiosamente que temí no poder ni siquiera llegar a Ávila.

Así fue. Ya anochecido, desprovisto de cadenas y de visibilidad suficiente para continuar, con gran esfuerzo llegué a Ávila y paré en el primer hotel que encontré.

El objetivo de mi viaje era presentar un libro, una biografía de W.A. Mozart, la tarde siguiente en la casa de las Conchas de Salamanca.

El lector dirá que a qué viene ese recuerdo tan poco trascendente para estas páginas. Pero fue "trascendente" para mi incipiente carrera de escritor. En mi equipaje anímico llegaba a Salamanca provisto de esa alegría ingenua de un joven escritor, nacida en parte por el "piropo" que la mozartiana Teresa Berganza me había dicho sobre la biografía de Mozart que iba a presentar: "es el mejor libro que he leído sobre Mozart en toda mi vida", me dijo. La alegría también venía del prólogo a la primera edición, que un gran músico y amigo salmantino me había escrito con cariño e inteligencia. Y también nacía, esta alegría, de ser la primera vez que presentaba un libro en mi ciudad natal.

Por el camino de Ávila a Salamanca la blanca borrasca de nieve me acompañó sin cesar, in crescendo, de tal manera que cuando llegué a esta ciudad, estaba cubierta por un blanco manto, que desde mi infancia no recordaba. Los pocos transeúntes con los que me encontraba, todos hablaban de la nevada. Y los primeros amigos y conocidos que me recibieron en la Casa de las Conchas, me advirtieron de la realidad: Con esta nevada, en Salamanca, pocos se van a acercar a la presentación. Conocían su ciudad: cuatro o cinco "héroes" fueron los únicos que llegaron hasta la sala; en la mesa estábamos tres compañeros y yo. No nos arredramos: hablamos de Mozart, desde diversas perspectivas, como si estuviera la sala llena a rebosar.

Quizás es la fuerza de la música del gran genio la que hizo que mi ánimo alegre no desapareciera después de esta imposible presentación. O quizás la belleza de la ciudad nevada, que alimentó la mirada y la conectó con la Salamanca de mi infancia, la que impidió que me sintiera pronta e intempestivamente derrotado.

Pero cuando al día siguiente dejé Salamanca con el recorte de la foto y el pequeño texto de un periódico de la ciudad, dando cuenta de ese "Mozart, una vida hacia la libertad", me sentí suficientemente consolado, incluso llegué a pensar que esa anécdota de escritor primerizo sepultado por la nieve, le "venía bien" a Mozart, a su música y a su vida: la vida de Mozart ( como la de la mayoría de los genios?y de los simples humanos) transcurrió entre los dos raíles de una vía hecha no tanto de hierro y travesaños, sino de dolor y placer.

El dolor siempre presente en la relación con el Otro y el placer de la creación y de la libertad que la obra artística exige.

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