Líderes de opinión y otros dirigentes vecinales de la llamada España vaciada proyectan un partido político con el que presentarse a las próximas elecciones generales. El argumento es muy simple: si la agrupación Teruel existe, con 20.000 votos y un diputado ha sido determinante en la elección de Pedro Sánchez y dado visibilidad a la provincia, ¿por qué no hacer lo mismo ellos y hasta formar un grupo propio en el Congreso, si se tercia?
Traducido al lenguaje vulgar quiere decir fragmentar aún más la cámara de diputados y hacer que los intereses regionales primen sobre los nacionales.
La historia no es nueva y tiene precedentes, el último de ellos durante la Transición política, pero su cénit lo alcanza con los nacionalismos vasco y catalán, que por mor de su fuerza, consiguen todas las concesiones que los partidos nacionales les dan para así conseguir el poder. O sea, que se trata de dar un paso más en trocear los intereses de España en particularismos a cual más rentable para sus representantes.
No se refiere, es verdad, a un fenómeno como el de las nacionalidades históricas, cuyo final último es la ruptura de España en cabal explicación de Arnaldo Otegi: "Para que España ser roja ?aspiración de la izquierda radical?, antes tendrá que ser una España rota".
España ya está pues suficientemente cuarteada para estimularla a empequeñecerse aún más con pequeños intereses particulares. Una cosa es que los grandes partidos no ignoren las regiones más abandonadas y otra muy distinta que se fragmente la unidad nacional en banderías y propósitos recurrentemente mínimos.
¿Se imaginan unas Cortes poniendo de acuerdo a dos docenas de partidos con interesas para nada coincidentes? Si ya el Legislativo de ahora funciona a base de concesiones muchas veces atrabiliarias, el que saliese de unas elecciones con una multiplicidad de partidos regionalistas sería un caos. Por eso, una cosa es dar voz a los intereses de la España vaciada y otra muy distinta convertirlos en árbitro de la política nacional. Eso, mientras quede esa entidad aún llamada España. Por supuesto.
Enrique Arias Vega