OPINIóN
Actualizado 13/12/2021
María Jesús Sánchez Oliva

Hasta los menos instruidos saben que el idioma de los españoles es el español, o castellano, que también vale. Por si quedara algún desmemoriado lleva 43 años recordándonoslo la Constitución del 78 y nos sigue garantizando el derecho a usar nuestra lengua con absoluta libertad. Como españoles que somos, sin que esto signifique que haya que olvidar el resto de lenguas cooficiales, también tenemos derecho a ser atendidos en español en los organismos públicos, a estudiar en castellano y hasta a oír la misa, la radio y la televisión en la lengua de todos. Pero en Cataluña no todos los españoles pueden ejercer este derecho sin correr peligro. La noticia ha sido portada de todos los periódicos esta semana: Un niño de cinco años y su familia se han convertido en centro de los ataques del independentismo catalán. La familia del pequeño, en el último año del ciclo de educación Infantil, pidió a los responsables del colegio donde está matriculado que a su hijo, tal y como ordena la ley, le dieran al menos el 25% de las clases en castellano. Desde que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña dictaminara a favor de la familia y dijera que desde el jueves9 de diciembre debían impartirse en el aula del pequeño clases en español, el acoso es incesante.

La situación no es nueva en Cataluña, politizar la lengua para enfrentar a los ciudadanos ha sido una constante desde que empezó la democracia, pero ahora la situación ha dado un giro, y no para cruzarnos de brazos precisamente. Basta con analizar algunos de los mensajes que han circulado por las redes sociales. En la televisión autonómica catalana, padres de los compañeros del niño han llegado a decir que había que dejarlo solo en clase, o sea, aislarlo, como si fuera un maldito, un apestado. Parece que a un grupo de WhatsApp creado por el colegio para informar a los padres, no tardaron en llegar mensajes amenazando con no llevar a sus hijos a clase, mejor tenerlos en casa que educándolos con un niño cuyos padres quieren que estudie en español, con lo que dejan claro la clase de familia que es. "Me apunto a apedrear la casa de este niño", ha escrito en Twitter Jaume Fàbrega, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona. "No queremos supremacistas castellanos que nos odian", añadió. Y no se le cae la cara de vergüenza, y sus alumnos no salen corriendo para huir de sus lecciones, y los padres de sus alumnos duermen a pata suelta, y nadie se atreve a pedirle que se ponga con urgencia en manos de un sicólogo que lo someta a unas sesiones de diccionario de la Real Academia Española para que aprenda el significado de las palabras libertad, derechos, obligaciones, compromiso, tolerancia, paz, progreso, justicia, democracia, educación, respeto, civismo, convivencia, catalán, español... y otros términos que en el catalán que él ha estudiado, habla y enseña significan lo contrario de lo que son. También ha sido denunciado por la Asociación 'Hablamos español' el mosso d'Esquadra (policía autonómico) Albert Donaire, quien publicó el siguiente tuit: "Este niño se tiene que encontrar absolutamente solo en clase. En las horas que se hacen en castellano, los otros niños deberían salir de clase. Reaccionemos o nos matan la lengua". A este más que en manos del sicólogo, deberían ponerlo en manos del siquiatra, los andaluces, extremeños y castellanos que emigraron a Cataluña no dudaron en aprender catalán y se sienten orgullosos de ser bilingües, por lo que su miedo es más fruto de una obsesión que de un riesgo tangible.

Me gustaría decirle a este niño que no se preocupe, que nuestros gobernantes sabrán poner las cosas en su sitio y podrá seguir estudiando y jugando con sus compañeros sin problema, pero como engañar a un niño no es tan fácil como engañar a un adulto, prefiero callarme. Tendría que decirle que desgraciadamente vivimos rodeados de no pocos cantamañanas, por no llamarlos cernícalos, que es lo que más se me parecen, con títulos universitarios, y me parece muy pronto para empezar a decepcionarlo.

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