Estamos en los inicios de una nueva era, la era digital, con los desajustes propios de ir dejando una normalidad acomodaticia y asumiendo una realidad nueva que nos inquieta. Es una transición lenta, no exenta de esfuerzo y sacrificios que no todo el mundo está dispuesto a soportar, ni mucho menos hacerlos suyos. Pero las nuevas tecnologías nos arrastran hacia ese mundo digitalizado en el que vamos cayendo, por idolatría o por necesidad.
Las tecnologías y los cambios tecnológicos de las últimas décadas, nos han traído una realidad más compleja y han provocado profundas modificaciones estructurales en las relaciones laborales y sociales. Por ejemplo y según la OIT (Organización Internacional del Trabajo), el teletrabajo se incrementó en Latinoamérica hasta 10 veces, como consecuencia de la pandemia de coronavirus.
La tecnología es al ser humano de hoy lo que, para Francisco de Quevedo, escritor del Siglo de Oro español (XVII), era aquel hombre con una gran nariz y que en uno de sus sonetos se refería a él diciendo: "Érase un hombre a una nariz pegado". Eso somos ya nosotros, un hombre, o una mujer, a una tecnología pegados, de la cual es muy difícil desconectarnos. De esa esclavitud solo podremos liberarnos por medio de una desconexión digital. Esta abarca muchos ámbitos, nos centraremos aquí en lo relacionado con el trabajo, más que en los sociales.
La intención de la Unión Europea (UE) es convertir la desconexión digital en un derecho fundamental. Al respecto, el Parlamento Europeo y por medio de una resolución de enero de 2021, hizo una propuesta a la Comisión Europea para que aprobara una Directiva que regulara la desconexión digital. Cabe pensar que cada país hará la oportuna transposición.
En el caso de España y según se contempla en el artículo 88 de la Ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre sobre Protección de Datos Personales y garantía de derechos digitales (LOPDGDD) y en el artículo 18 de la Ley 10/2021 de Trabajo a Distancia, de 9 de julio, todos los trabajadores tienen derecho a la desconexión digital, incluidos aquellos que el trabajo lo realizan a distancia. Pasados tres años de la vigencia de la Ley primera, la mayoría de las empresas incumplen o no respetan ese derecho a la desconexión que tiene el trabajador.
Se entiende por desconexión digital el derecho del trabajador a no contestar llamadas ni mensajes, ni correos electrónicos fuera de su horario laboral. Pero, con el furor del teletrabajo debido a la pandemia, es tan difícil cumplirlo como poner puertas al campo. Solo poniendo los aparatos terminales en situación de apagados se podrá hacer efectiva esa desconexión digital. Este derecho está relacionado con la conciliación entre la vida laboral y la personal o familiar, con la salud del empleado y con las tecnologías de la información y la comunicación, cada vez más presentes, condicionando nuestra vida diaria.
Las empresas están obligadas a respetar nuestro descanso, vacaciones y vida privada, pero son pocas las que tienen una política coherente con la Ley, a pesar de que esta establece la obligación de contar con un protocolo que implemente la medida, para hacer realidad el derecho a la desconexión digital en el trabajo. En España no está legalmente prohibido que un jefe contacte con los trabajadores a su cargo fuera del horario laboral, como sí ocurre en Portugal, lo deja a una entente entre ambos y eso es un resquicio del derecho a la desconexión digital que la hace más difícil. El 61% de los trabajadores no logran desconectar y, como consecuencia, un 47% padecen sobrecarga laboral.
A través de las leyes que lo regulan, la desconexión digital se ha convertido en un derecho que podríamos llamar de nueva generación, de vital importancia en el nuevo entorno de teletrabajo impulsado por la pandemia de la Covid, que contribuye a desdibujar aún más la separación entre la vida profesional y la personal o familiar.
Según un estudio publicado en GlobalWebIndex, la vida laboral se inmiscuye irremediablemente en la vida personal y familiar, así, el 74% de quienes teletrabajan revisa su correo fuera del horario laboral, casi que es lo último que haces cuando te vas a dormir y lo primero que haces al levantarte por la mañana; frente al 59% de quienes trabajan de forma presencial. Por su parte, la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo (Eurofound) apunta que los teletrabajadores son el doble de propensos a superar jornadas semanales de 48 horas, tener períodos de descanso insuficientes y trabajar en su tiempo libre.
La cultura de la presencialidad en el trabajo, el miedo a perder el empleo y la necesidad de mostrar el compromiso con la empresa extendiendo los horarios, empujan al trabajador a no desconectar. Entre las demandas por parte de la empresa y las autoexigencias que el empleado se impone, presionado por la situación social y económica, nos encontramos desbordados y la desconexión se hace casi imposible de llevar a cabo. Puede que el problema sea que estamos en un periodo de transición en el que todavía no existe una verdadera cultura del teletrabajo, que nos permita separar el tiempo y el espacio del hogar destinado al trabajo, de otras tareas, obligaciones o entretenimientos personales, familiares o de amistad.
La interconectividad digital junto con la pandemia del coronavirus, han cambiado, para siempre, la forma de trabajar. El teletrabajo o trabajo en remoto ha traído ahorro de tiempo para el empleado en los desplazamientos y cierta flexibilidad, pero también importantes riesgos de tener que estar disponible permanentemente, una especie de esclavitud tecnológica que posibilitan los medios informáticos y telemáticos. Confiemos en que el derecho a la desconexión digital sea una realidad y venga a liberarnos.
Les dejo con Nil Moliner y su Libertad
Aguadero@acta.es