OPINIóN
Actualizado 07/12/2021
Francisco Delgado

No me refiero en este artículo a los puentes arquitectónicos, sino los "puentes" que unen en el calendario dos o más días festivos, convirtiendo los días laborales intermedios en días también "festivos" o no laborables. Pero los puentes arquitectónicos me ayudan a comprender este encanto español por los puentes de festivos, como después diré.

Algún lector responderá fácil y rápidamente a la pregunta de por qué todo el mundo se va de puente, diciendo que ¡a nadie le gusta trabajar! Pero eso es un prejuicio del cálido sur, o de hace varios siglos: efectivamente en la España de los Reyes Católicos, y posteriormente, en la Contrarreforma, el trabajo fue siempre considerado una maldición divina o algo a lo que solo estaban obligados los últimos de la escala social: campesinos, herreros, leñadores, siervos.

Yendo a lo más básico de nuestra conducta, la biología, desde que apareció el automóvil, permitiendo los desplazamientos individuales, el urbanita de la gran ciudad empezó a sentir la necesidad de coger a su familia, meterla en su coche y llevarla por un día, dos, o los que pudiera, lejos de la gran ciudad, de esa macro ciudad, ruidosa, contaminada, de ritmo endiablado, en la que vivían y se sigue viviendo.

El ser humano, que suele coger el camino más largo para resolver un problema, eligió para huir de la insana e incómoda ciudad el de huir de ella en semanales viajes de ida y vuelta, en lugar de mejorar las condiciones de la ciudad para vivir más a gusto; pocos se plantearon, hace ya décadas, mejorar aquello que perjudica de las ciudades, que empuja a huir de ellas en cuanto se puede: un aire más limpio, con más árboles y jardines, menos tráfico, más actividades atractivas para el ocio, como zonas deportivas, espectáculos musicales, culturales, etc.

Al principio de la instauración del fin de semana o puente destinado a huir lejos de la ciudad, esta huida semanal solo la llevaban a cabo los ciudadanos de las grandes ciudades. Después, ya sabemos cuánto nos parecemos a los simios en su conducta imitativa: los de las medianas ciudades imitaron a los de las grandes y posteriormente también los habitantes de las pequeñas ciudades imitaron a las otras, huyendo a sus pueblos de origen.

O sea que, obviamente, los "puentes" sirven a los españoles para huir de unas condiciones incómodas, aburridas, duras o insanas; aunque muchas veces el tiempo que se pasa en el coche sea mayor que el que se "goza" en el efímero destino.

Así parece a primera vista. Pero si reflexionamos en cómo nos sentimos cuando cruzamos un puente (arquitectónico) nos daremos cuenta de que la metáfora de irnos de puente no es tan casual como parecería: cuando atravesamos con nuestro vehículo un puente, nos encontramos suspendidos entre dos territorios; en general es muy agradable la sensación de estar en las alturas de un paisaje, viendo todo más extensa y bellamente. Y con la sensación, en ese momento de no estar fijo, en ninguna parte, ni en la orilla A ni en la B, " libres como los pájaros".

Por eso, entre otros motivos más secundarios, nos vamos de puente: para sentirnos más libres, para cruzar puentes que nos den la huidiza sensación de que podríamos ir donde se nos antojara, lejos de la ciudad que nos agobia, lejos del trabajo que nos incomoda y frecuentemente nos tensa.

No queremos reconocer que la travesía del puente es una ilusión de libertad; por eso, aunque se prevean nieves, lluvias, frío, atascos en las carreteras, o peligro de contagios pandémicos, parece compensarnos largarnos por uno o cuatro días al último cabo de la costa o al remoto pueblecito de la última montaña.

Añoramos y seguiremos añorando siempre la naturaleza, de donde procedemos hace millones de años.

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