OPINIóN
Actualizado 03/12/2021
Mercedes Sánchez

Tiene el otoño un regusto a nostalgia, sueño y descanso prolongado.

Posee, hoja con hoja, la mirada cautiva en nuestras cosas y la esperanza en el futuro perfume de las rosas.

Presta al campo innumerables abrigos de ocre con los que los árboles cubren sus ramas, sabedoras de lo efímero, pesarosas.

Festonea sus siluetas recortadas, colorido que destaca en la negrura de la noche. Las farolas ciudadanas derraman su luz amarillenta, y un par de faros apenas alumbran las pocas sombras que se deslizan por las aceras.

Viste, a veces, el otoño, el sabor de deseada soledad, cuando las calles, casi vacías, hacen brillar sus adoquines de lluvia y las hojas caídas relumbran, ajadas en el suelo, ofrenda de lenta metamorfosis.

Así, las almas a veces necesitamos reposo, barbecho, espera esperanzada, reconstrucción activa.

Precisamos ser capaces de reconocernos y reinventarnos teniendo claro de dónde se procede, cuál es el origen y cuál el recorrido, cuál el destino renovado, cuáles los cambios hacia los que dirigirnos y enfocar, denodadamente, toda la energía.

Saber los colores que como savia nos perfuman, los sabores ya vividos que nos emocionan, las miradas que nos embriagan al disfrutar tanta belleza como es capaz de ofrecer el mundo.

Y en esta visión que nos alienta, el calendario convive, con sus páginas despobladas. Las horas, ausentes, se visten ya de recuerdo y los días son un abanico presto a desplegarse, con sus enormes alas, buscando ese espacio de realización personal que es nuestro aliento infatigable.

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