OPINIóN
Actualizado 29/11/2021
María Jesús Sánchez Oliva

Aunque el virus nos había dado un respiro, seguía entre nosotros vivito y coleando. Conscientes de ello solo los salmantinos más atrevidos organizaban unas navidades con absoluta normalidad, los demás seguíamos sin hacer planes, pendientes de las consecuencias en cuanto empezaran a viajar y llenaran hoteles, tiendas y restaurantes. Así de indecisos andábamos cuando nos llegó la noticia más inesperada: el jueves 16 de diciembre tendría lugar en Salamanca la Nochevieja Universitaria a la que ya se habían sumado no sé cuántos miles de participantes de distintas provincias.

Indignación

Aunque parecía mentira, era verdad. La noticia nos llenó de indignación. Mientras que teníamos que seguir haciendo uso de las mascarillas, guardando las distancias entre unos y otros, huyendo de las aglomeraciones, sin poder visitar a los mayores en las residencias, haciendo cola en la calle para poder entrar en bancos, centros oficiales y en los consultorios médicos si se tenía suerte de conseguir cita que cada vez era más difícil, miles de jóvenes llegarían en autocares para "disfrutar" de un botellón a lo bestia que, como de costumbre, se saldaría con un buen número de ingresos en los hospitales por comas etílicos. y lo más lamentable: el macrobotellón, como todos los años, contaba con el beneplácito del ayuntamiento.

Lamentable

Increíble, pero cierto. Las autoridades salmantinas están muy orgullosas de que gracias al macrobotellón el nombre de Salamanca circule por todas las pantallas de televisión y ocupe las portadas de todos los periódicos. Para colaborar con la empresa organizadora pone a su disposición los servicios de policía, tanto local como nacional, los sanitarios, los de limpieza y lo que haga falta aunque para vestir a un santo, en este caso a un diablo, tenga que desnudar a otros. Pese a la buena voluntad de todos nunca se celebra sin altercados, destrozos y otros despropósitos que tanto trastornos causan a los ciudadanos, aunque de esto, vaya usted a saber por qué, no parece que se hagan eco los medios de comunicación porque todo son piropos para la ciudad. Pero este año se encontraron con un enemigo: el virus. Y empezaron las protestas desde casa.

Protestas

Nadie pensaba que protestar sirviera para algo, pero en esta ocasión, afortunadamente, todos nos equivocamos. Las protestas del personal sanitario no se hicieron esperar, si no daban abasto con lo que tenían, ¿cómo iban a poder atender a los que llegaran por haberse puesto de alcohol hasta las orejas? Y lo más grave: el riesgo de contagios estaba asegurado. A las protestas se sumaron no pocos de los hosteleros, no estaban los negocios para renunciar a unos ingresos, pero era más rentable salvar las navidades, y todo indicaba que en cuanto se disparara el número de contagios se les limitaría el número de clientes, se les reduciría el horario de apertura en el mejor de los casos y, en el peor, se verían obligados a cerrar los establecimientos. Los ciudadanos, conscientes del peligro, no se cruzaron de brazos como en otras ocasiones, se empezó a recoger firmas y ha sido tal el aluvión de apoyos conseguidos que el ayuntamiento no ha tenido más remedio que suspender la mal llamada Nochevieja Universitaria. Esperemos que se vaya el virus para siempre, pero que el macrobotellón no vuelva nunca. Festejos como este, más que orgullo, producen bochorno.

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