OPINIóN
Actualizado 28/11/2021
José Luis Puerto

Pago con un pequeño billete y me devuelven unas monedas. Una de ellas es de dos euros. La observo y percibo que hay un rostro femenino que no identifico a primera vista. Salvando astigmatismos y miopías, acerco mis ojos y me doy cuenta de que estoy ante ¡Simone Weil!, tan admirada y leída.

Y reflexiono: solo Francia sabe reconocer el valor de sus mejores cabezas, de sus mejores seres humanos, hayan destacado en el campo que sea. Es una sociedad más democrática, menos cainita que la nuestra.

Simone Weil (1909-1943) es una de las figuras más sobresalientes del humanismo europeo contemporáneo. Fue muchas cosas ?filósofa, mística, activista? y estuvo siempre, en nuestro convulso mundo contemporáneo, del lado de los que sufren, del lado de los que padecen la historia. Formó parte en nuestro país, durante la guerra civil, de la columna Durruti; como un miembro más de las brigadas internacionales. Y, en la segunda guerra mundial, formaría parte de la resistencia francesa.

Albert Camus percibió su importancia, la señaló de este modo: "el único gran espíritu de nuestro tiempo". Para hacer suya la experiencia de los trabajadores, de los sectores más humildes de la sociedad, trabajó como obrera en la Renault. "Allí recibí la marca del esclavo", llegó a decir. Después lo haría como obrera agrícola.

Tal experiencia le hizo elaborar un pensamiento que indicaba que el trabajo manual había de considerarse en el centro de la cultura, ya que la abismal separación entre la actividad manual y la intelectual había sido la causa de la relación de dominio y poder detentado por los que manejan la palabra sobre los que se ocupan de las cosas.

De origen judío, en el último período de su vida profundizó en la espiritualidad cristiana. Su acercamiento es heterodoxo. Se interesa asimismo por la no violencia preconizada por Gandhi.

Fallece de tuberculosis a los 34 años de edad, tras una vida intensa y fascinante, habiendo participado y habiéndose comprometido con no pocas causas contemporáneas hermosas.

Su figura no ha hecho más que crecer. Sus libros fueron editados póstumos por sus amigos. Se ha destacado en ella una ética de la autenticidad, así como, en su escritura, una rara combinación de lucidez, honestidad intelectual y desnudez espiritual.

Su experiencia como trabajadora de fábrica y agrícola (ella, ¡que había obtenido la calificación más alta, a los diecinueve años, seguida de Simone de Beauvoir, en la Escuela Normal Superior de París!) dio como resultado e libro de 'La condición obrera'. Pero su obra es muy amplia y aborda cuestiones filosóficas, políticas, espirituales y místicas. Sus conversaciones con el dominico francés padre Perrin son fascinantes.

Cuando leímos 'A la espera de Dios' y 'La gravedad y la gracia', quedamos conmocionados. Intensidad, autenticidad, vida verdadera, espiritualidad contemporánea, compromiso con los humildes?, todo ese tejido contemporáneo está en su obra, como también en su vida.

Es, sí, claro está, una de las figuras esenciales del humanismo contemporáneo europeo. ¿Cómo Francia no iba a hacerle un homenaje? Nosotros apenas se lo hemos hecho a una figura también emblemática que tenemos en el mismo sentido, como es María Zambrano.

El sábado pasado, cuando me devolvían unas monedas de haber abonado algo (cualquier producto, cualquier consumición), en la cara de una de ellas, me encontré con el hermoso rostro de Simone Weil. Por ello la traigo a esta página.

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