La atmósfera de Tallin era mágica. Es tan mágica como Praga, pero la gente no lo sabe. Y me alegro de que no lo sepa. Así no dan el coñazo los montones de grupos llenando los sitios que no dejan ver nada. Tallin es incluso más mágica porque es solo gótica. Y el gótico es el estilo de la pasión, del entusiasmo, del fuego. Es el estilo del misterio, de lo escondido, de lo interior.
Tallin está llena de historias de miedo. En una casa el diablo asistió a una boda. En otra se escuchaba a un gato diabólico. En otra una monja se entendió con el diablo, vimos a la monja con cara grotesca esculpida encima de un tejado.
Estonia es un país pequeño, lleno de lagos. Los rusos levantaron en la parte alta el castillo de Toompea, construyeron la iglesia de Alexander Nevsky. Pero en el barrio del castillo se viven las callejuelas, las casas antiguas, las placas que indican personajes ilustres, las placitas cerradas, los paseos asomados sobre la ciudad. Y desde allí se ven todas las agujas de las iglesias góticas que se levantan por todas partes.
Las calles Pikk y Lai serpentean hacia el puerto , en ellas se recorren fuentes ornamentales, casas antiguas de los gremios, antiguos hoteles en casas tradicionales, placas que recuerdan hechos, confiterías sugerentes, viejos cafés con encanto. Nos besamos en san Olaf, con un jardín de árboles góticos. Hablamos con las Tres Hermanas, tres casas coquetas del siglo XV con mástiles para cargar mercancías.
La ciudad estaba llena de presencias, de inquietudes, de animaciones nocturnas. En una casa solitaria vivió Dostoyevski. Nosotros vivíamos en un apartamento mágico en el Callejón de los Artesanos. Desayunábamos magdalenas proustianas en el café de Pierre. Nunca olvidaremos Tallin.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR