OPINIóN
Actualizado 18/11/2021
Antonio Costa

Hubo un tipo que empezó a mear digitalmente. Estaba en Nueva York, marcaba unos códigos en su ingle y le salía el chorro en Salamanca. La noticia salió enseguida en los periódicos, la gente se asombró de tanto progreso. Al principio el chorro salía en mi calle y yo notaba un olor a orina inusitado. Pero me gustaba ese olor real y concreto más que la falta de olor abstracta de los dígitos y los códigos.

Intelectuales sesudos se instalaron detrás de gafas muy serias y publicaron reflexiones muy comprensivas sobre el fenómeno. Dijeron que ya era cosa del pasado el que meaba directamente, que el hecho creaba otras estructuras de la sociedad y el conocimiento. Hay que ver cuanto reflexionaban los intelectuales sesudos y progresistas. Lo comprendían todo, nada se escapaba a su comprensión.

Después se celebraron congresos para elucidar el fenómeno, para hacer calas cada vez más hondas en su comprensión. En Salamanca hay un apabullante Palacio de Congresos, pero como allí no se celebra ningún congreso los enviados se reunieron en las terrazas de la Plaza Mayor pagando cada uno cien euros por un café filosófico digital. Delante se sentaron a veces jovencitos en el suelo para escuchar tanta sapiencia, pero la policía los disolvió como terroristas.

Una vez le preguntaron al intelectual más sesudo y más progresista: "¿Pero usted realmente como mea?" El intelectual sesudo dijo: "Lamentablemente no he alcanzado la meada digital. Mi orina huele y a veces vienen los perros vivos a olerla. Una vez un perro me dijo que tenía sustancias mágicas. Cuando sustituyan esos perros vulgares por perros digitales ya no tendré ese inconveniente". Su respuesta se publicó con mucho espacio en el diario canónico.

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

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