OPINIóN
Actualizado 06/11/2021
Ángel González Quesada

En Castilla y León, una de las comunidades más deprimidas, pobres y marginadas no solo de las que conforman el estado español, sino de todo el continente europeo, y que figura siempre en el último o los últimos lugares en cada estudio sobre educación, cultura, nivel de vida, sanidad y otros indicadores capitales del bienestar de sus habitantes, los gobernantes autonómicos, desde hace décadas empeñados en copar las instituciones por el conservadurismo más rancio e inmovilista, han decidido, una vez más, utilizar parte del siempre raquítico presupuesto público y los fondos de recuperación, en regalar más de tres millones de euros a los criadores de toros de lidia para compensarles, dicen, por la suspensión de sus festejos durante el último año.

Algunos discuten si la llamada tauromaquia, que sus defensores elevan a la categoría de arte y que en la inteligencia del mundo entero es considerada como el último ritual de la crueldad humana, debe figurar o no entre las actividades llamadas culturales. Las autoridades y las hojas volanderas castellano-leonesas han consagrado la inclusión de la tortura de animales en la lista de las realidades culturales, es decir, aquellas cuya función primera, y última, sería hacer madurar, crecer y elevar el nivel crítico, mental y comunicativo de las personas. Y, también, en un indigerible bucle de parcialidad, reaccionarismo y desconexión con el tiempo que vivimos, deciden ahora esas autoridades recortar aún más los fondos que esta comunidad necesita en multitud de ámbitos de atención social (sanidad, educación, dependencia, comunicaciones...) para subvencionar una industria, la de criadores de animales para ser torturados en público, que a algunos sigue avergonzando a pesar de que, en esta tierra adocenada por el caciquismo permanente, paralizada por la falta de horizontes, empobrecida por la ausencia de futuro y aculturizada por los gustos clasistas de los que mandan, los toros sigan siendo santo y seña del estupor del conformismo.

La situación sanitaria de Castilla y León, es de suponer que muy parecida, aunque siempre peor, a la de otros territorios azotados por la codicia de la privatización que fía al dinero que se tiene y que se puede ganar la forma y hasta la duración de la vida de la gente, ha sufrido recortes que hacen que las listas de espera quirúrgicas y hasta las mismas citas para una simple consulta en la sanidad pública, se retrasen duraciones intolerables que, en muchas ocasiones, convierten en irrecuperables algunas patologías que bien podrían haber sido tratadas, y superadas, a tiempo. La situación de las instalaciones de los centros públicos de enseñanza, siempre menospreciados en cuanto a su atención frente al clasismo de privados, concertados y doctrinarios de toda laya, adolece en esta tierra de presupuestos que se reducen de año en año con la consiguiente impotencia de los enseñantes, que ven como se impide no solo la mejora de los medios que posibiliten una enseñanza a la altura de lo posible, sino el mismo desarrollo cotidiano de la educación.

La cultura oficial de Castilla y León, sus "principios" educativos, el desinterés profundo de sus dirigentes por el saber y la ciencia y también la incapacidad, negligencia e inutilidad de muchos de sus gestores, está además cercada y rodeada por una iniciativa privada, en lo festivo confundido con lo cultural, de naturaleza chabacana, trompetera y de un populacherismo salvaje, meapilas y caprichoso. Así, los firmadores institucionales de actos culturales, imitan la mediocridad general de esa baratura vendible de discomóviles, verbenas y tributos, y han renunciado a la profundidad cultural, la permanencia creativa, la mirada larga, el proyecto racional de asentamiento de modelos y proyectos formativos y el sentido humano y humanista de la difusión cultural que supere la inmediatez del último famoseo televisivo.

Sin embargo, los toros y toda la ritualidad cansina, antigua y deprimente que los rodea, son mimados (ahora, además, muy generosamente en un tiempo en que las necesidades reales son muy otras), subvencionados y hasta venerados y homenajeados sus oficiantes, en una celebración de lo más cochambroso de aquello que, lamentablemente, aún nos abochorna en el mundo. Desde los esfuerzos que (todavía) ha requerido la supresión, por pura vergüenza, de actos como los de Tordesillas, Benavente y otros altares de la crueldad hacia los animales, hasta las resistencias actuales a la supresión de actos de bestialidad y barbarie que salpican este territorio profundo y salvaje, la lucha contra la atrocidad de los festejos taurinos adolece, además, del desinterés de partidos políticos de todo el espectro, que ávidos de votos, temerosos del rechazo electoral, mezquinos, cortos y cobardes son, por tanto, cómplices de las abstrusas decisiones que regalan a la irracionalidad el dinero que necesita la vida de la gente.

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