OPINIóN
Actualizado 31/10/2021
José Luis Puerto

Ahora que, en los inicios de noviembre, visitamos los cementerios y rememoramos, de modo afectivo y cordial, nuestra vinculación con los nuestros que se han ido de este mundo y se hallan en el territorio, sea el que sea, del misterio, es bueno realizar una leve reflexión sobre el lenguaje de las flores que utilizamos como ofrenda a los nuestros.

Porque las tumbas son como altares o como esas cómodas que presidían las salas de las viviendas campesinas, en las que depositamos nuestra ofrenda. Y esa ofrenda suele consistir en un ramo de flores, o en una maceta con ellas. La depositamos sobre la lauda y, en tal ofrenda, van vinculados nuestros afectos y nuestra memoria, esa memoria cordial, sin la cual el mundo no tendría sentido alguno.

Hemos olvidado las significaciones simbólicas que tiene el lenguaje de las flores. Mas es lo mismo, las llevamos, las ofrecemos a los nuestros en estos días de otoño en que conmemoramos a todos los santos o, lo que es lo mismo, a todos los seres humanos que pasaron por la vida haciendo el bien o teniéndolo como ideal y guía se sus vidas.

Hemos olvidado el lenguaje de las flores. Los crisantemos ?esa flor de noviembre, que en mayor cantidad se ve estos días en los cementerios de nuestro país? simbolizan, muy significativamente, eternidad. Y esa eternidad tiene mucho que ver con ese anhelo humano de resurrección, concepto que se articulara en la antigüedad tanto en el mundo clásico, como semítico. A nosotros nos llega a través del cristianismo; pero se encuentra asimismo en los misterios de Eleusis, en honor de la diosa Demeter, y cuyo emblema significativamente era una espiga ("Si el grano de trigo no muere?").

Federico García Lorca ya hablaba sobre este lenguaje en una de sus obras dramáticas: 'Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores'. Y, dentro de su hondo conocimiento de lo popular campesino, sabía cómo las flores son talismanes también que nos protegen de lo oscuro.

De ahí que aparezca, en boca de uno de sus personajes (el ama), un conjuro floral para ahuyentar al enemigo, esto es, en la estimativa campesina, al demonio. Dice así: "Por la rueda de San Bartolomé / y la varita de San José / y la santa rama de laurel, / enemigo, retírate / por las cuatro esquinas de Jerusalén." ¿No es entrañable y hermoso?

Ofrezcamos a los nuestros, a nuestros antepasados, a nuestros seres queridos, que se han ido de este mundo y se hallan en los territorios del misterio, nuestros afectos y nuestra memoria, simbolizados en unas flores, en un lenguaje cifrado, en ese lenguaje del corazón, universal y hermoso.

Ahora, cuando el otoño avanza y vivimos el descenso de la luz, en su camino hacia el solsticio de invierno.

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