OPINIóN
Actualizado 28/10/2021
Antonio Costa Gómez

Mirando los colores en el agua en Xochimilco soñaba en un conocimiento por la levedad. No quería razonamientos de hierro, ni miradas que acosan su objeto y lo acojonan, ni filosofías que petrifican aquello que piensan. Pensaba en un conocimiento por la sensibilidad casual y la fantasía. Pensaba en un conocimiento por la magdalena de Proust.

¿Para qué queremos las construcciones rígidas de Hegel, las rigideces de Karl Marx? ¿Para qué queremos los mamotretos, las tesis doctorales que pretenden domesticar el universo entero en un sistema? ¿Obedecerá el mundo a los látigos de los filósofos sesudos y sistemáticos?

Esa era la mirada leve e intimista, la que capta de verdad las cosas. La que conoce humilde y verdaderamente las cosas y no quiere sujetarlas, no les pone un cinturón ni un corsé. Si la verdad es una mujer, como decía Nietzsche, hay que dejarla sin corsé.

El tolteca Topiltzin se fue por el mar, y los mejicanos lo añoran, y volverá algún día, como el rey Arturo. En Xochimilco la vida va todavía entre canales en las trajineras de colores. López Velarde habló de la "Suave patria" , del pan que se hace en el horno y las muchachas con las blusas hasta el cuello. Seguro que ese México es más cierto que el de las drogas duras y las pistolas, es más ciertos que los dioses gordos y achaparrados que quieren tragarte con sus dentaduras en el Museo Nacional.

Mirando las formas increíbles en el agua soñaba en la levedad, en conocer las cosas dejándolas libres, en no coartarlas ni con doctrinas implacables. En no aherrojarlas con los conceptos. Nietzsche decía que filosofaba a martillazos, yo creía que era mejor filosofar con la punta de los ojos. O con la piel.

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

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