OPINIóN
Actualizado 25/10/2021
María Jesús Sánchez Oliva

10 años hace que ETA dejó de matar. Atrás quedaron cientos y cientos de víctimas inocentes que fueron asesinadas dos veces, la primera cuando decidió quitarles la vida y la segunda cuando se la quitó a Miguel Ángel Blanco, porque aquel asesinato fue algo tan espantoso, tan cruel, tan salvaje, que con él volvió a matarlos a todos, incluso a los que ya tenía apuntados en su negra lista para la misma monstruosidad. A esto hay que añadir la elevada cifra de hombres, mujeres y niños que dejó sin ojos, sin brazos, sin piernas? con secuelas físicas para toda la vida. Todavía suenan en nuestra memoria las palabras de María Jesús, la madre de Irene Villa: "Sólo siento que ya no podré salir corriendo para ayudar a un ciego a cruzar la calle, decía en un esfuerzo de civismo mientras que ellos brindaban por sus macabros triunfos. Imposible olvidar el terrible calvario por el que tuvieron que pasar los muchos secuestrados y sus familias. Y se hace interminable la lista de tragedias que provocaron: hijos huérfanos, madres viudas, niños que no pudieron jugar en los parques, que no pudieron ir al colegio de la mano de sus padres, que no pudieron volver a casa con sus compañeros, mujeres, vascas incluso, que fueron despreciadas hasta por los suyos por haberse casado con un guardia civil de Salamanca, de Cáceres o de Jerez de la Frontera, familias que tuvieron que dejar su tierra por ejercer su trabajo de periodista, de letrado, de policía, o, simplemente, por no aplaudir sus barbaridades , amistades rotas, jóvenes confundidos, engañados y manipulados para convertirlos en seguidores, vecinos enfrentados, empresarios que ante sus chantajes tuvieron que trasladar sus empresas o cerrarlas para siempre? ciudadanos, en resumen, que siendo víctimas se vieron obligados a vivir como si fueran terroristas: huyendo de todos y de todo para esquivar un tiro en la nuca o una bomba en los bajos del coche.

10 años hace que ETA dejó de matar. Pendientes siguen crímenes sin resolver, asesinos libres, fugados de la justicia, protegidos incluso, condenados sin cumplir las penas impuestas por los jueces y el convencimiento de que nunca sabremos los nombres y apellidos de todos los responsables de estos 40 años y pico de violencia. Sólo una cosa no ofrece duda: que en esta tragedia, como en todos los conflictos armados, los ciudadanos fuimos, porque de un modo u otro todos sufrimos las consecuencias, la moneda de cambio entre políticos y terroristas, y el fin, aquí, nunca, nunca, nunca justifica los medios. Y lo más inquietante: nuestros gobernantes dicen entender, comprender y sentir el dolor de las víctimas, pero se suceden los gobiernos y ni unos ni otros se plantean el cambiar las leyes o lo que haya que cambiar para que jamás de los jamases alguien que haya estado implicado en una banda terrorista pueda ejercer de político. De quienes llenan a un pueblo de sangre, de miedo y de dolor, nada bueno se puede esperar.

10 años hace que ETA dejó de matar. Las víctimas siguen reclamando que les pida perdón y condene los atentados. Nada les va a resolver, lo hecho, hecho está y nadie puede deshacerlo, pero tienen la obligación moral de pedirlo y el derecho de recibir ese triste consuelo. Otegi, para conmemorar el aniversario, les ha dicho que siente sinceramente su dolor y que esto nunca debió ocurrir. ¡Cuánta hipocresía! ¡Cuánta falsedad! ¡Cuánto cinismo! Si de verdad sintiera un ápice de arrepentimiento, se marcharía, sin que nadie tuviera que echarlo, donde ninguna de las víctimas tuviera que volver a verlo, en lugar de seguir disfrutando con homenajes para recibir a los etarras que salen de la cárcel como si fueran héroes, porque héroes, ya tiene edad de saberlo, son los que dan su vida por los demás, no los que se la quitan. Repito: héroes son los que dan la vida por los demás, no los que se la quitan.

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