OPINIóN
Actualizado 06/10/2021
Juan Antonio Mateos Pérez

La democracia es de bajísima intensidad cuando no promueve ninguna redistribución social. Esto ocurre con el desmantelamiento de las políticas públicas, con la conversión de las políticas sociales en medidas compensatorias, residuales y estigmatizantes y

Hace unos días se despedía de la política Angela Merkel, comentaba que la democracia no era fácil, había que trabajarla entre todos de forma permanente. Las instituciones representativas de la democracia han ido evolucionando. Sin remontarnos a los griegos, surgieron de una idea revolucionaria que posiblemente conmocionó a la sociedad durante el siglo XVIII, la necesidad del pueblo de gobernarse a sí mismo. La libertad y la igualdad fueron valores definitivos. Los ciudadanos iguales van a realizar las leyes para una existencia libre. Sin esa democracia ideal no habría hoy en día democracia real, el problema siempre a sido como esos ideales se llevan a la realidad, como se pasa del deber ser al ser

Proteger la democracia es todo un reto en nuestras sociedades donde los principios que la sustentan están en crisis. Los criterios económicos y mercantilistas, la globalización, el avance de los populismos, las medidas de emergencia de la pandemia, la competencia en el juego electoral, están mermando de forma sustancial la constitucionalidad, la igualdad, las libertades políticas y civiles o la propia autonomía política, desembocando en una democracia muy precaria y limitada. Esa realidad soñada, esos ideales han ido desdibujándose, más ahora, inmersos en la sociedad de la posverdad, donde la información y la comunicación se vuelve política, admitiendo la mentira como parte de las reglas de juego.

A todo ello debemos añadir, la incapacidad de la democracia de generar igualdad en el terreno socioeconómico, no solo desempleo, sino una fuerte precariedad en los trabajos, de ahí la lucha por el trabajo decente. También la incapacidad de hacer entender a los ciudadanos que su participación política es efectiva, con lo que muchos claudican de sus derechos y deberes. Torpeza para exigir a los gobiernos elegidos que realicen los programas que se presentaron a los electores y no hagan una política según otros intereses políticos o económicos. Por último, la incapacidad de equilibrar el orden con la no interferencia.

Hoy más que nunca, debemos apostar por la democracia, que es claridad y verdad. Un sistema en el que los poderosos no puedan pisotear los derechos de los humildes. Al mismo tiempo, un sistema que garantice los derechos de las minorías impopulares y en el que los medios de comunicación puedan criticar con libertad al poder. Un sistema que garantice que el pueblo pueda cambiar de gobernantes a través de elecciones libres y justas.

La democracia, a pesar de sus limitaciones y sus crisis, siempre despierta nuestras esperanzas. Muchos siempre serán incapaces de ver que es el mejor sistema en todas las circunstancias. Pero otros, vemos en la democracia el futuro. También, que es posible mejorar sus instituciones, de que todo lo que hay de valioso puede conservarse y mantenerse y lo que no funcione puede ser eliminado o reformado.

Los partidos políticos son importantes en las democracias, pero no suficientes. Se necesitan plataformas intermedias de ciudadanos que sean libres y dinámicas, con capacidad crítica y capaces de suscitar valores cívicos que puedan revitalizar y transformar las estructuras socioeconómicas y políticas caducas en base a la responsabilidad cívica. Habermas apuntó que el concepto de Democracia participativa surge a finales del siglo XX, por los excesos elitistas que imperaban desde la Segunda Guerra Mundial. Son muchos los que demandamos una democracia verdadera, que sea más representativa, transparente y justa, que se adapte a la sociedad en la que vivimos, que es cada vez más compleja y globalizada.

Esas plataformas, así como los partidos políticos, deberán ir acompañadas de un nuevo despertar ético en la formación de sus representantes. El descuido de los valores y principios éticos, pueden poner en marcha los principales motores de la corrupción: la codicia, la avaricia y el anhelo de poder, enmarcados en una sociedad de consumo que exacerba el deseo de poseer, acumular riqueza y obtener placer. La ética supone claridad ante los problemas, eficacia para resolverlos y proyectos concretos para mejorar la sociedad, haciéndola más libre, más justa y humana. La ética en democracia es el hilo que teje las relaciones de convivencia. Los valores y principios éticos son los guías que marcan el rumbo hacia una sana democracia, hacía la madurez del sistema político.

La democracia siempre es un proyecto inacabado, debe ir más allá de la esfera pública y extenderse al conjunto de la esfera social. En el ámbito de la globalización, es necesaria la democratización y construir un nuevo espacio global, en este espacio los Estados deberán compartir la soberanía con actores sociales de naturaleza no estatal, como movimientos sociales o bien organizaciones no gubernamentales con fines sociales. En el contexto de la globalización, es posible una democracia global, como comentaba Amartya Sen, no debe ser aplazada de forma indefinida. En el mundo de hoy el diálogo global es vitalmente importante para poder implantar la justicia global.

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