OPINIóN
Actualizado 02/10/2021
Francisco Aguadero

Ahora que la pandemia del coronavirus empieza a frenarse, al menos en aquellos países en los que se ha apostado fuertemente por la vacunación contra la misma y ello está permitiendo volver a una cierta normalidad, cabe ocuparnos de sus secuelas, tanto en el plano económico como social y, especialmente, en la salud pública.

Estamos saliendo de la quinta ola pandémica y esperemos que no vengan más de esas que ponen al sistema sanitario contra las cuerdas y a la población bajo las garras del miedo. Pero la Covid nos ha dejado, entre otras muchas cosas, una ola invisible tan grande que más bien es una marea de salud mental que afecta a una gran parte de la población.

Las características más significativas de esta marea de salud mental son el silencio y la invisibilidad, haciéndose presente en las personas en forma de angustia, estrés, ansiedad, fobias, miedos, depresiones. Generando disfunciones, desarreglos, desmotivaciones, problemas de convivencia en el trabajo o pérdida del mismo, en la pareja, la familia o los amigos y, por supuesto, conflicto interno en la propia persona.

Los efectos de la pandemia, las secuelas de la enfermedad, los confinamientos, las restricciones y el cansancio acumulado por el paso de los meses bajo la amenaza de ser infectado por el virus, nos ha llevado a una fatiga pandémica que está haciendo mella en la salud mental y el bienestar del ciudadano. Ha sido y sigue siendo, una de las etapas más duras de la historia reciente, para las personas y para la humanidad en su conjunto.

Hay muchas personas que, aun no habiendo sufrido directamente la enfermedad, se sienten angustiadas por la pérdida de familiares o amigos a quienes ni siquiera pudieron despedir con un abrazo o un apretón de manos. Otros muchos se han visto relegados a la soledad impuesta durante mucho tiempo por la distancia social, sin ningún tipo de acercamiento al cariño de sus semejantes, con la consecuente sensación de abandono.

La merma en la salud mental de la población ha incidido más en aquellas personas con menos recursos económicos. Así lo ponen de manifiesto los datos publicados por el Centro Superior de Investigaciones Sociológicas (CIS) señalando que, el 32,7% de personas de clase baja se han sentido decaídas, deprimidas o sin esperanza durante la pandemia, frente al 17,1% de las identificadas como clase alta. En cuanto a la población infantil, la Confederación de Salud Mental España señala que, el 85,7% de los padres manifiestan haber percibido cambios en el estado emocional y comportamiento de sus hijos durante la cuarentena.

Desde que la pandemia se dejó sentir, las consultas de los profesionales de la salud mental han incrementado el número de pacientes con alguno de los síntomas antes mencionados, conscientes del sufrimiento y la sensación de impotencia ante la situación y los retos de la vida. Según el CIS, las personas de 18 a 34 años son las que más han acudido a los servicios de salud mental por ataques de ansiedad, tristeza o modificación de su vida.

Según la misma fuente (CIS), ha aumentado el consumo de psicofármacos un 9,8% en la clase baja y un 3,6% en la clase alta. Recetados por los sanitarios como ayuda para conciliar el sueño o mejorar el apetito perdido. El encontrarse bien requiere tener una buena salud mental y ello es necesario para el rendimiento intelectual o laboral, así como para la reconstrucción social y económica.

La salud mental, tema siempre controvertido, es transversal en la población y también es transfronteriza. Lo descrito anteriormente referido a España no difiere mucho de lo que ocurre en otras latitudes. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) los problemas de salud mental han aumentado en Europa durante la pandemia. Alrededor de un tercio de las personas adultas manifiestan síntomas de angustia, cifra que se dispara a 1 de cada 2 entre la población más joven.

Más allá de los efectos producidos por la pandemia, la OMS estima que 1 de cada 4 personas tendrá problemas de salud mental a lo largo de su vida. Mientras, la cuestión de la mente siempre ha sido la cenicienta de la salud pública, en todos los lugares. Una gran parte de quienes necesitan tratamiento no lo reciben o no es el más adecuado en el momento idóneo.

Tener una mente sana es un lujo, pero necesario. Es preciso superar el estigma asociado a los trastornos mentales y desechar la idea de que ir al psicólogo es de dementes o desequilibrados. Más bien al contrario, es ser conocedor de sus capacidades y limitaciones y de pedir ayuda allí donde la necesita, para estar en forma.

El tema de la salud mental ya viene de lejos. Antes de la Covid y según la OMS, había 264 millones de personas en el mundo afectadas por la depresión, y el suicidio era la segunda causa de muerte en jóvenes de entre 17 y 30 años.

Debemos mejorar en la atención a la salud mental. Según la Confederación Salud Mental España, la ratio de profesionales de salud mental es de 6 psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes, mientras que en Europa es de 18. Tomen nota los políticos, las administraciones sanitarias y las entidades privadas. Es una urgencia esa mejora porque, para estar sanos hay que tener una mente sana.

Escuchemos a Kany García y Natalia Lafourcade en Remamos

Aguadero@acta.es

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