OPINIóN
Actualizado 01/10/2021
Félix López

Hace años empecé a leer esta obra y la dejé. Leer poesía traducida del alemán, con el uso de símbolos y personajes alegóricos no resulta muy atractivo para el verano.

Pero este verano, después de leer una novela más llevadera de Goethe, sobre la pasión y el matrimonio, que comenté hace unas semanas, tomé la decisión de leerlo de nuevo. Lo he conseguido, sufrido a veces y gozado muchas más.

Fausto es un viejo con gran cultura, afortunado, que es lo que significa su nombre, pero que se siente y sabe infeliz. Un tema universal y muy actual, en estos tiempos que se habla banalmente de la felicidad, vendida como un consumo más. Fausto no acepta el destino humano, su temporalidad, la vejez, las limitaciones del conocimiento, el deseo nunca colmado por la ambición sin límites, el poder, el placer entendido como felicidad. Y se siente muy desgraciado.

En su frustración está dispuesto a todo para conseguir ser joven, ser deseado y amado, rico, poderoso, feliz, etc.

El mal del alma, la tentación simbolizada por el demonio (Mefistófenes, el segundo personaje central) le lleva a optar por vender su alma al diablo, para conseguir todo lo que desea.

Ese es el destino humano, la lucha entre el bien y el mal, la aceptación sabia y la búsqueda del bienestar personal y social frente a la ambición sin límites, narcisista y destructiva.

Aparentemente consigue todo, engañado por el demonio que se pone a su servicio. Tragedia que nos amenaza, también hoy, en una sociedad en la que el mercado y los poderes dominantes (son el Mefistófenes actual) nos señalan el mismo camino que a Fausto.

Por lo demás la obra tiene textos sublimes sobre la naturaleza, el enamoramiento y tantas cosas más. También críticas sociales y religiosas, centradas en la iglesia y los clérigos, mientras pone su esperanza en la Razón y el Evangelio, no en el Antiguo Testamento.

La salvación final de Fausto, tan cerca como estuvo del infierno, parece defender una tesis protestante: se salva por la misericordia de Dios (perdonado porque había sido engañado por Mefistófenes), no por las obras. Lo mismo que hacen con frecuencia autores del romanticismo, como Zorrilla con Don Juan.

¿Usted cree en el demonio o considera que la tentación habita en el alma del ser humano?

¿Usted cree que existe el infierno?

No es fácil comprender que el mal humano, por terrible que sea, merezca ese castigo. ¡Vaya narraciones que nos hicieron del infierno! Si a muchos humanos nos cuesta entender la prisión de por vida ¿Es que Dios es menos misericordioso? ¿O ese Dios tan justiciero es una invención malévola?

¿Habrá un juicio final?

Yo tuve un compañero, muy entrañable, por cierto, que decía que si no existiera el infierno él estaría todo el tiempo pecando ¡Hay que ver lo que consigue la represión excesiva! En él funcionaba esa educación del miedo.

Yo prefiero la romántica piedad de Zorrilla y Goethe, porque creo que esos personajes se perdieron lo mejor de la vida; ese fue su infierno.

Vivir haciendo daño, con una ambición sin límites y pensar que el deseo puede ser colmado, ese es nuestro infierno interior

¿Quiénes hacen el papel de Mefistófenes en la actualidad? ¡Vaya lista que me sale!

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