No tenía ni idea de que el hijo de Lucrecia y Antonio naciera con ese duende, con esa magia y ese arte taurino, que respira esencia. Seguramente, Juan Antonio, nuestro novillero, no me conoce ni sabe que fui maestro de su padre y vecino de su bisabuelo Isidoro durante muchos años.
¡Si levantaran la cabeza sus bisabuelos, se sentirían muy orgullosos de su nieto! Y aprovecho para decirle, a Juan Antonio, que su bisabuelo Chan dormía durante los Sanroques en el prao, para después acompañar a los novillos del encierro por el Blascomartín hasta la Carrallano, donde se espantaban. (Gran aficionado). Y que su bisabuelo Isidoro fue el mejor bailarín de san Roque en la procesión, hasta el punto de convertir su emoción en una estatua de sudor: era lo que le podía ofrecer a san Roque, ese Santo peregrino.
No fui a verte en la plaza, porque solo he salido de casa para pasear hasta el río; pero he visto tu faena en vídeo y en las fotos que me ha mandado mi amigo Antonio Pericache: verdaderos carteles de toros.
Tu faena llenó el ruedo de pausa y de mimo. Aplaudo, sinceramente, el cuidado y el respeto, con que trataste, en todo momento, al novillo, y él te correspondió haciendo contigo un cuadro de arte humanizado. Es lo que hace grande el toreo y te ha hecho grande a ti ante tus paisanos. Y me ha asombrado aún más cómo has controlado tus nervios en todos los trances de la faena, y ese temple ha contribuido también a meterte a tu público entusiasta en el bolsillo.
Tarde redonda. Tu sueño se ha cumplido con creces. Y nosotros nos sentimos partícipes contigo de esa ilusión que te honra. El toreo es como un gusanillo, que se apodera de los entresijos del alma. Sigue alimentándolo.