OPINIóN
Actualizado 07/09/2021
Francisco Delgado

A propósito del inicio del nuevo curso escolar esta semana, del debate sobre si es bueno vacunar a niños y adolescentes sanos entre 12 y 15 años, subrayamos en este artículo la importancia que tiene para toda la sociedad el escuchar las opiniones y sentimientos que los niños tienen no solo sobre sus propios asuntos, sino también sobre los temas que nos conciernen a todos.

Durante toda la historia de la humanidad, salvo excepciones, el niño/a nunca ha sido escuchado en sus característicos modos de expresión. Junto a los locos y en parte también junto a las mujeres, ha sido el grupo más ignorado por propios y extraños: los prejuicios de "los niños no se enteran de nada", "aún no saben discernir lo bueno de lo malo" o "solo repiten lo que oyen de los mayores", han producido que sus palabras hayan sido siempre silenciadas; han tenido que recurrir a los actos, a gritar, a enfermar, a desaparecer, a agredir o agredirse a sí mismos, para que el adulto les haga algún caso. La película rusa de la 2 de RTVE, del pasado sábado, "Sin amor" da un trágico ejemplo de cómo un hijo pequeño, harto y angustiado al presenciar tantas peleas de sus padres, decide huir y esconderse definitivamente.

Por mi parte, acabo de iniciar un estudio sobre el hijo mayor ( de los dos que sobrevivieron) de W.A. Mozart, que fue testigo de los últimos siete años de vida de su padre, llenos de intensos acontecimientos, desde grandes éxitos a dolorosos desencuentros de sus padres, inestabilidad afectiva: este niño presentó trastornos de carácter, sin que nadie, ningún biógrafo de Mozart, haya comentado nada sobre esos dos hijos. Tampoco yo, en mi biografía de Mozart, apenas los nombro. Sin embargo, los derroteros posteriores de sus vidas, lo que hicieron y lo que evitaron hacer, aclara significativamente cómo actitudes de su famoso padre y sobre todo actitudes posteriores de su ambiciosa madre perjudicaron su vida emocional y profesional.

En la España actual, en general, los niños gritan demasiado. Obligados a estar con los padres, a cualquier edad, en los bares, restaurantes, reuniones de adultos, gritan tanto para llamar la atención de su malestar, como para agredir a sus padres. Al final, todos están incómodos, padres e hijos. Pero los gritos de los niños proceden la mayoría de las veces de una sola causa: no son escuchados apenas por los padres.

Aún gran parte de la sociedad se resiste a valorar las palabras de la niña o el niño, en los asuntos que le conciernen, entre ellos la vida familiar. Por el psicoanálisis sabemos que los padres tienden a repetir a su vez las pautas de conducta que utilizaron con ellos sus propios padres, de silenciarles sin darles apenas la palabra. Por eso siguen sin valorar las palabras del hijo.

Pero los niños y adolescentes captan con más sensibilidad todo lo traumático que nos rodea: por ejemplo durante la pandemia del Covid19, han sido los que más han sufrido psíquicamente, los que han tenido que pedir consulta psicológica o psiquiátrica con más frecuencia. No han podido ser tranquilizados, en general, en el seno de familias que no comprenden cómo la gran receptividad de niños y adolescentes se convierte en trastornos, en síntomas, en dolor, por muy peculiar que sea el modo de expresarlos.

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