Tras dos décadas con los talibanes alejados del poder en Afganistán, nuevamente estos se han hecho con las riendas de dicho país, en una muestra palpable del fracaso de las políticas apadrinadas por los países occidentales en dicho territorio, que no ha logrado apenas avances en el campo económico, continuando como el país más pobre de Asia.
Y es que Afganistán es el país asiático que menor índice de desarrollo humano tiene, estando en el vagón de cola también en el mundo, ocupando en 2019 la posición 169 de 189 estados. Asimismo, la esperanza de vida en Afganistán en 2018 era de 64'5 años, la más baja de toda Asia (y desde luego, muy lejos de la que poseen países como en nuestro, España, donde se sitúa en 82'4 años, casi veinte puntos por encima). A ello habría que sumar, en el ámbito económico, una renta per cápita que, con ciertas variaciones anuales, aparece estancada en Afganistán desde hace una década, ya que, si en 2011 se situaba en 513 euros anuales por habitante, en 2019 era de 524 euros.
Asimismo, cabe destacar el alto nivel de corrupción existente en Afganistán, que lo sitúan en el puesto 165 de los 179 países del ranking mundial del Índice de Percepción de la Corrupción, esto es, siendo uno de los países con mayor corrupción del mundo, y el país de Asia con peores datos en este campo, empatado con Turkmenistán. Del mismo modo, Afganistán se sitúa como uno de los países con peor índice de homicidios de Asia, con una media en 2018 de 6'7 asesinatos anuales por cada 100.000 habitantes, solo superada por Irak (10'1 en 2014) y Yemen (6'8 en 2013), habiendo aumentado en la última década notablemente los asesinatos en tierras afganas, pasando de 983 homicidios en 2010 a 2.474 en 2018.
No obstante, sí cabe reconocer importantes avances en lo que a educación se refiere en los últimos años en Afganistán, especialmente en lo que concierne a la escolarización femenina. Y es que, si en 2011 la tasa de alfabetización del país era del 31'7%, en 2018 ésta había avanzado hasta el 43'0%, con un avance especialmente palpable en las mujeres jóvenes (del 32'1% al 56'3% en dicho periodo), avanzando también de manera notable en los hombres jóvenes (del 61'9% de 2011 al 74'1% de 2018). Un avance entre los jóvenes que prácticamente logró duplicar la tasa de alfabetización general de las mujeres afganas (que pasó del 17'6% de hace una década al 29'8% de 2018), pasando la de los hombres del 45'4% al 55'5%.
Sin embargo, los resultados globales en educación han seguido siendo muy pobres en Afganistán, cuya población sigue siendo mayoritariamente analfabeta, con una tasa de alfabetización del 43% en 2018, la peor cifra de toda Asia. En este ámbito, cabe apuntar la brecha existente entre hombres y mujeres, pese a los penosos números que arrastran ambos géneros. Así, si poco más de la mitad de los hombres afganos (55'5%) sí sabía leer y escribir, en el caso de las mujeres no representaban ni un tercio (29'8%), superando el 70% las que no se hallaban alfabetizadas.
Por otro lado, uno de los sectores que mayor aumento ha tenido en tierras afganas en los últimos años ha sido el eléctrico. Así, si en 2008 apenas un 28% de los afganos tenían acceso a la electricidad, en 2018 ya habían aumentado hasta el 98%, cubriendo casi la totalidad de la población, lo que sin embargo ha planteado dificultades al país, ya que es dependiente energéticamente del exterior, al tener pocas fuentes de generación eléctrica o no haber desarrollado su potencial en este ámbito.
Pese a ello, la economía ha sido sin duda la asignatura pendiente de Afganistán, que no ha conseguido apenas impulsarse económicamente desde la expulsión del poder de los talibanes, no habiendo podido disfrutar su población del estado del bienestar, lo que habría alejado los fantasmas de un pasado reciente, el fundamentalista, que de otra manera hubiese encontrado mucha mayor resistencia entre la población.
Y es que los talibanes se han hecho con el control de Afganistán en apenas 3 meses y medio, tras haber iniciado su levantamiento contra el Estado afgano el 1 de mayo. Curiosamente, este rápido avance de los talibanes ha estado condicionado por la escasa resistencia de la que ha hecho gala el ejército afgano, que ha sido prácticamente nula desde inicios de julio, una vez que todos los países de la OTAN (a excepción de Reino Unido, EEUU y Turquía) acabaron de retirar sus tropas de Afganistán, y con el anuncio del presidente estadounidense, Joe Biden, de retirar sus tropas, lo que acabó de allanar el camino a los talibanes, desanimando a los afganos a plantear cualquier tipo de resistencia a ellos.
Previamente, se habían ido sucediendo una serie de acontecimientos en Afganistán que favorecieron la insurrección talibán, siendo determinante la liberación en septiembre de 2020 por el gobierno afgano de más de 5.000 prisioneros talibanes, entre ellos varios centenares que se encontraban acusados de delitos muy graves como el asesinato, los cuales ya libres se sumaron mayoritariamente a la preparación de un levantamiento talibán.
Por otro lado, la situación política del país tampoco acompañaba demasiado, dado que las elecciones presidenciales del 28 de septiembre de 2019 (cuyos resultados finales se dieron a conocer el 18 de febrero de 2020) registraron una bajísima participación de apenas el 19% respecto a los inscritos en el censo, y con el presidente electo, Ashraf Ghani, obteniendo 923.592 votos, una cifra raquítica si se tiene en cuenta que la población del país sumaba 35.688.822 habitantes. Es decir, que el candidato más refrendado en las presidenciales afganas fue votado por menos del 3% de la población del país, ocho veces menos que en la segunda vuelta de las elecciones de 2014.
Para colmo, el segundo candidato más votado en dichas elecciones, Abdullah Abdullah, de la Coalición Nacional de Afganistán, rechazó los resultados y pidió un gobierno paralelo en el norte de Afganistán, dado que fue el más votado en todas las provincias de la mitad norte del país, mientras que Ghani cosechó más votos en Kabul y la mitad sur de Afganistán, pudiendo haber tras ello también una cuestión de corte étnico o idiomático, dado que de los dos idiomas oficiales en Afganistán, el darí es mayoritario en el norte y el pastún en el sur, coincidiendo con las áreas de mayor a apoyo a Abdullah y Ghani respectivamente.
No obstante, la crisis posterior a las elecciones, aunque abrió heridas en cuanto a la credibilidad y confianza en los principales políticos afganos y el propio sistema, se solucionó teóricamente tres meses después, al firmar el 17 de mayo de 2020 un acuerdo Ghani y Abdullah para formar un gobierno conjunto, repartiéndose el poder.
Sin embargo, se habían juntado ya una serie de ingredientes que acabaron derivando en la tormenta perfecta para los talibanes, con un Estado tocado en su credibilidad, un presidente con un respaldo electoral bajísimo, una alta corrupción, la excarcelación de miles de talibanes, la salida de las tropas internacionales del país, y una economía extremadamente precaria, con unos niveles de renta pírricos.
De este modo, la insurrección talibán ha visto allanado el camino para ir ganando territorio al Gobierno afgano sin encontrar casi resistencia, haciéndose con las riendas del país dos décadas después de verse apartados del poder. Un hecho que se vio apuntalado por la huida al extranjero del presidente electo del país, Ashraf Ghani.
Así, actualmente los talibanes controlan 33 de las 34 provincias del país, incluyendo la capital, Kabul, con una única y pequeña provincia que se les resiste, Panjshir, casualmente la misma provincia desde la que se inició el alzamiento que derrocó a los talibanes hace dos décadas. Allí, antiguos miembros del grupo guerrillero Alianza del Norte y otros antitalibanes, liderados por el vicepresidente primero del derrocado gobierno afgano, Amrullah Saleh, y el líder militar guerrillero Ahmad Masud, han formado el denominado Frente de Resistencia Nacional, que por el momento ha conseguido mantener a los talibanes fuera del valle de Panjshir.
En todo caso, más allá de la resistencia de Panjshir y los combates que se desarrollen en esta región entre guerrilleros y talibanes, Afganistán sigue mostrándose como un Estado fallido, que no ha sabido proporcionar un nivel mínimo de bienestar a sus ciudadanos, y que se sume ahora en la incertidumbre de qué pasará y hasta qué niveles se recortarán los derechos básicos de los afganos (y especialmente de las mujeres), que pasarán ahora a regirse por los dictados de unos fundamentalistas islámicos que, cabe recordar, en su último periodo en el poder llegaron a prohibir que los niños jugasen con cometas. El terror ha vuelto al empobrecido y desdichado Afganistán, si es que llegó a irse realmente alguna vez.