Como todos los años ?el pasado fue una excepción?, el recuerdo y homenaje a las víctimas de la Guerra civil nos volvió a convocar en Robleda. Fue el pasado día 14; en Salamanca rtv al día ya se ha dado cuenta del acto, pero quizá convenga alguna reflexión más, a riesgo de incomodar a algunos de mis colegas de columna, que no entienden o no aceptan esto de la memoria histórica democrática. Una actitud displicente poco comprensible en un asunto que trasciende, o debe trascender, las mentalidades políticas y debería ser común a todos, pues se trata principalmente de recordar y de dar honras fúnebres aplazadas a quienes no las tuvieron.
La Asociación Documentación y Estudio de El Rebollar (que aquí y ahora son Esther Prieto, Françoise Giraud y Ángel Iglesias) organizó el acto, con homenaje a 26 personas, víctimas de la barbarie del verano de 1936 en Robleda. Junto al monolito erigido en 2007 a la entrada del pueblo, se leyeron una vez más los nombres de las 23 personas identificadas (tres siguen sin serlo); Pilar Salazar dio lectura a un poema, el concejal Pablo Martín García interpretó al acordeón una pieza dedicada a los emigrantes (con especial mención a cuantos se marcharon forzosamente debido a la Guerra Civil y la posterior carestía) y la joven Inés Martín interpretó con la flauta travesera la pieza Siciliana de Gabriel Fauré.
Con la pandemia y el calor reinante, el acto concluyó pronto, pero no por eso careció de emotividad, tanto más cuanto que la ocasión se presta a recordar también a los que se han ido yendo en los últimos años o no han podido acudir por la edad, la salud o alguna otra circunstancia. Esta ponderación del paso del tiempo nos ha ido llevando a percibir también el distinto ritmo y aliento que lleva este asunto de la recuperación de la memoria democrática, según se vea desde el lado de las víctimas y de sus familiares o de las instituciones y la sociedad. Recordemos una vez más que cuando hacia el año 2000 se comenzó a airear en los medios, ya hacía mucho tiempo que esos familiares habían comenzado a hacer exhumaciones y homenajes por su cuenta, más o menos tolerados, incluso durante la dictadura. Hubo que esperar a 2002, 25 años después de las elecciones constituyentes, para que el Congreso español, por unanimidad, condenara al franquismo ?sin nombrarlo, con una perífrasis? y se comprometiera a legislar a favor de las víctimas (aunque se habían dado pensiones a algunas desde la transición). La ley se retrasó hasta 2007, pero se quedó corta y no tuvo la unanimidad que había tenido la declaración de 2002. La derecha española se resiste a romper el vínculo generacional e ideológico que la ata al franquismo y a asumir la responsabilidad fundacional de este en el ciclo de opresión y violencia que, iniciado en 1936, duró casi 40 años y aún hoy pesa en el subconsciente de algunos. Su voto de 2002 fue nero brindis al sol.
Y en esas estamos. La nueva ley de memoria democrática, catorce años después de la primera, dará algunos pasos más, esperamos. Va pasando el tiempo y no es poco lo que se ha hecho, gracias principalmente a las asociaciones y a los familiares de las víctimas. Pero son demasiadas también las frustraciones, los desaires, las cosas que se han dejado de hacer y ya no se harán nunca. Y mientras así sea, esta democracia española que se califica de "avanzada" no será ni una cosa ni otra.
Cuando la joven Inés comenzó a tocar su pieza al lado del monolito, en medio de los eriales agostados, un golpe de viento alborotó los papeles de la partitura y su angelical exclamación fue como una nota musical más. Más allá oíamos la voz de los que interpelábamos en nuestra memoria, pensando:
? Le vent se lève, il faut tenter de vivre.