No me mires con esa cara de máquina muerta, gilipollas. Y deja de soltarme siempre lo mismo como una imbécil. Y deja de hacer esos ruidos metálicos o de circuitos eléctricos. Quien coño eres tú para hablar conmigo, por qué te pones ahí delante si no has leído a Rilke y ni siquiera tienes sangre que circule. Y tampoco tienes una tía a la que llamar en el pueblo y tampoco comes callos a la madrileña. Ni siquiera conoces la morcilla de Burgos. Apártate de delante, sosa, más que sosa.
¿Qué eres una máquina y no puedes hacer otra cosa? ¿Qué no das más de ti? Pues entonces autodestrúyete y deja que se ponga una persona en tu lugar. Una persona con la que pueda discutir y ponerme melancólico de vez en cuando. Y que tenga acento gallego o de Valladolid y no ese acento muerto que sale de ti. Nos quieren hacer creer que todos en el fondo somos máquinas, que el espíritu no existe, que todo se puede fabricar, que la vida no es vida sino un programa. Joder, pero qué cantidad de gilipolleces muertas estamos dispuestos a escuchar.
No me mires, pero en realidad no me miras. Solo recoges datos muertos de mí, y luces, o lo que sea, pero mirar es tener un espíritu detrás, una persona, algo vivo que darme. Como decía Machado: el ojo que ves no es ojo porque lo veas, es ojo porque te ve. Tú que vas a tener ojos, solo tienes terminaciones y circuitos. Aparta tu jeta muerta y fría de mí, gilipollas. Me importa un pimiento que me ganes al ajedrez, y que me sueltes mil millones de datos, y que los relaciones de manera mecánica y estúpida. En el fondo nunca te enteras de nada. Y nunca sabrás qué encanto tenía mi abuela cuando se tocaba la rodilla. Quita esa jeta sin vida y repetitiva, tonta del culo. Nos quieren hacer a todos mecánicos y repetitivos como tú, pero yo tomo salchichón de Salamanca.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR