Aún en aquellos tiempos en los que se podía vivir del campo, la vida nunca fue fácil en él, excepto para los cuatro terratenientes que disponían de criados, guardeses o jornaleros, en la mayoría de los casos sometidos a condiciones lamentables. Quienes nacimos y nos criamos en el campo, sabemos que vivir en él es complicado. Siempre pendiente de las labores y las curas oportunas, sin ninguna garantía de obtener el fruto de tú trabajo, porque una tormenta de última hora puede malograr ese fruto a punto de cosechar.
Ahora la cosa se ha complicado y volver al campo es una utopía. El campo ya no es lo que era y ni siquiera se puede vivir de él. Por consiguiente, quien se vaya, o quiera volver al pueblo, tiene que tener muy claro y seguro a qué se va allí, qué va a hacer y si eso le permitirá vivir económicamente, porque el mayor problema de los pueblos es que no hay trabajo con rentabilidad suficiente como para vivir de él.
La llegada y el azote de la pandemia ha traído, entre otras consecuencias, el despertar de una cierta emigración de la ciudad hacia el campo. Hay un 30% más de interesados en irse al pueblo, buscando mayor seguridad y contacto con la naturaleza, cambiar el pisito de la novena planta en la ciudad por una casa de planta baja integrada en el campo, cambiar el ruido por el silencio. Una especie de utopía urgente de volver al campo, no solo de visita, también para quedarse, mudarse de la ciudad a un sitio sereno.
Una parte de quienes viven en el mundo urbano tienen idealizada la fuga al campo, asociándola a la buena vida, por el componente de libertad y naturaleza. Pero, esas vivencias de una escapada, no siempre son una realidad cuando de vivir en el campo se trata. ¿Es una utopía lo de irse al campo? Para la gran mayoría sí. Ahora bien, las cosas pueden cambiar, aunque para que así sea, las Administraciones Públicas han de volver su mirada hacia el mundo rural e invertir mucho en infraestructuras, servicios y comunicaciones.
Los más decididos y arriesgados ya han iniciado esa escapa desde la ciudad al campo, pero ¿cuántos?, ¿por qué motivos?, ¿hacia dónde? El fenómeno, en todo caso, acaba de empezar y no tenemos información suficiente, en este momento, para confirmarlo. Sí tenemos indicios para pensar que estamos ante el hito de un proceso de reequilibrio estructural de la población, que debiera darse en España, donde 41 de los 48 millones de habitantes se concentran en solo el 30% del territorio, quedando despoblado o semidespoblado, que no vaciado, el 70% del territorio total.
¿Quedan esperanzas para la reactivación del campo? Esperanzas sí, pero, si eso ocurre, será a medio o largo plazo y porque no quede otra, debido a la necesaria preocupación y medidas a tomar para la preservación del medio ambiente que, sin duda, ha de imponerse.
Conceptos como utopía, mitos o realidad caben dentro del análisis sobre la vuelta al campo o la repoblación del mundo rural. Y, si el mayor problema para subsistir en el campo es el de un trabajo que permita vivir de él, lo mejor y más seguro es llevárselo puesto. Creativos, fotógrafos, comercio en internet, profesiones liberales, teletrabajo, centro de servicios telemáticos?, son trabajos que se pueden desarrollar en el pueblo, con un ventanal mirando al campo y disfrutando de la naturaleza.
Evidentemente, para ello hace falta el suficiente desarrollo tecnológico y autopistas de la información que permitan unas comunicaciones de fácil y rápido acceso, equiparables a las de la gran ciudad, y, ahí está el reto para las Administraciones Públicas porque, sin eso, la igualdad de oportunidades es papel mojado y seguiríamos estando en el lamento por la muerte del campo, del mundo rural y del medio ambiente. Seguiríamos instalados en la utopía o el mito y lejos de una realidad próspera e igualitaria.
El traumático rechazo al campo que generó la diáspora de la emigración de los años sesenta y que expulsó a la población del mundo rural hacia las ciudades, podría empezar a girar si se produjera un cambio de percepción, revalorizando lo rural, y devolver al campo a los nietos de aquellos, los más cercanos por consanguineidad y afectividad con los antiguos pobladores. Pero para ello ha de producirse el milagro de disponer de una conectividad de calidad, equiparable a la de la ciudad y que solo se logrará con la llegada de la fibra óptica y el 5G, una utopía, hoy por hoy, para la mayor parte del mundo rural.
Más allá de las dificultades por la falta de oportunidades en tener un trabajo del que poder vivir o de la carencia de algunos servicios básicos, los beneficios de vivir en el pueblo son manifiestos. Empezando por el descanso, mejor dormir, el silencio, cabeza más despejada, interés por el vecino, compartir penas y alegrías, acompañamiento en el duelo con pésames o condolencias de aquellos de capa, contemplar las estrellas, tener tiempo para todo...
Les dejo con Joan Baez y De Colores
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